miércoles, 16 de junio de 2010

iglesia de santiago





ÍNDICE


1.NOTA INTRODUCTORIA.
2.ANTECEDENTES HISTÓRICOS DE HUÉSCAR.
3.LOS DOMINICOS EN HUÉSCAR.
4.LOS DOMINICOS Y LAS SANTAS PATRONAS DE HUÉSCAR.
5.EL CONVENTO DE SANTO DOMINGO Y LA GUERRA DE LOS MORISCOS.
6.LOS DOMINICOS ACABAN SU IGLESIA.
7.LOS DOMINICOS, SU COMUNIDAD Y SUS DEVOCIONES, EN HUÉSCAR Y SU COMARCA, DOMINGO ECHEVARRIA, “CHAVARITO”.
8.GUERRAS, REVOLUCIONES Y DESAMORTIZACIONES.
9.EL EX-CONVENTO DE SANTO DOMINGO Y SUS VICISITUDES.
10.DE IGLESIA DOMINICANA A “TEATRO OSCENSE”.
11.EL CONVENTO DE SANTO DOMINGO ACABA EN GRANERO, ALMACÉN Y DEPÓSITO.
12.EL “TEATRO OSCENSE” EN LA “BELLE EPOQUE”, Y AL FIN DEL SIGLO XIX.
13.LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA, Y LA POSTGUERRA, EN LOS ANTIGUOS EDIFICIOS DOMINICANOS.
14.LA RUINA DE UN MONUMENTO NACIONAL, Y SUS POSIBILIDADES DE SALVACIÓN.
15.NOTA FINAL COMPLEMENTARIA SOBRE LOS OTROS CONVENTOS DE HUÉSCAR ALUDIDOS.
16.NOTAS BIBLIOGRÁFICAS.
17.BIBLIOGRAFÍA CITADA.

DATOS HISTÓRICOS ACERCA DEL ANTIGUO CONVENTO E IGLESIA DE SANTO DOMINGO, EN LA CIUDAD DE HUÉSCAR (Granada).
Por Vicente González Barberán, Consejero Provincial de Bellas Artes de Granada.

1).- NOTA INTRODUCTORIA.
La invasión napoleónica, la desamortización de los Bienes de la Iglesia, la paralela supresión de multitud de monasterios y conventos, así como las diversas guerras y revoluciones sucedidas en España en el pasado y presente siglo, han determinado la pérdida parcial o total de muchos archivos procedentes de aquéllos; en cuyo caso, desgraciadamente, los de Huéscar no han sido una excepción.
Si a ello se suma la destrucción de la práctica totalidad del archivo de la antigua Colegiata -hoy Iglesia Parroquial de Santa María la Mayor de la Encarnación-, llevada a cabo en 1936, se comprenderá que las dificultades para establecer el origen y vicisitudes del Convento de Santo Domingo de esta población son extraordinarias. Por supuesto, tal dificultad es compartida por los demás monumentos y edificios de carácter religioso.
Sólo ha sido posible recopilar noticias aisladas, procedentes de otros archivos: el Municipal de Huéscar, muy mutilado; el de la Archidiócesis de Toledo, a la que perteneció esta ciudad durante siglos; el eclesiástico de la vecina villa de Orce, bastante completo, que he tenido el gusto de ordenar y clasificar; el General de Simancas, desde donde Felipe II sigue acordándose de los detalles más nimios de cualquier parroquia; y hasta papeles familiares de la propia comarca.
Ha sido asimismo importante la aportación de las obras de historia local de otras zonas cercanas de la provincia, así como de las limítrofes de Jaén y Murcia. Obras dedicadas a Baza, Guadix, Caravaca, Mula, Lorca, Cazorla, Segura de la Sierra, Úbeda, Baeza, Alcalá la Real y los Vélez, aún faltas de crítico y método para la historia antigua y medieval, son fuente importante, y a veces ya única, de multitud de noticias locales o comarcales a partir del siglo XVI.
En Huéscar, a falta de historia local disponible de otras generaciones anteriores, ha sido decisiva la aportación que, con su interés, su memoria y sus notas, ha realizado el ya fallecido don Pascual Dengra López, Maestro Nacional y Letrado en ejercicio, que dedicó mucho de su escaso tiempo libre a investigar, recopilar y elaborar noticias sobre el pasado de su patria chica, y que supo inculcar esa inquietud en su hijo, y heredero espiritual a estos efectos, don Jaime Dengra Uclés. Gracias a ambos por los informes, noticias y acceso a documentos que ellos manejaron o elaboraron.
Todos estos datos, espigados aquí y allá, cobran orden y sentido al ser puestos en mutuo contacto, y sometidos al contraste crítico de la historia conocida; permitiéndonos así elaborar un esquema breve, pero de plena garantía. Pasemos a él, sin más preámbulos.

2).- ANTECEDENTES HISTÓRICOS DE HUÉSCAR.
Fue el Convento de Santo Domingo de Huéscar pieza importante de la vida cultural y espiritual de la ciudad. Su papel no será plenamente calibrado si no ponemos, aun en brevísimo recorrido, las peculiaridades históricas que en esta zona hoy granadina han concurrido, dejando como legado un no menos peculiar modo de ser y de actuar.
Es Huéscar una población situada en el centro del alveolo nororiental del Surco Intrabético, determinado, a modo de amplia calle, entre las formaciones orográficas penibéticas, y el macizo subbético, formado por conjunto de las sierras de Cazorla, Sagra, Segura y Alcaraz: la antigua Oróspeda, antes “Saltus Tugiensis”, y hoy repartida toponímicamente por causa de la vigente y aquí no muy afortunada división provincial, que afecta en este caso a Granada, Jaén y Albacete.
Dicho alveolo extremo constituye una comarca natural, con personalidad y vida como tal a lo largo de toda la historia, basada en lo que podríamos llamar “Hoya de Huéscar”, que es una de las tres a que da lugar la enorme cuenca del Guadiana Menor. Son las otras las Hoyas de Baza y de Guadix, según se desciende hacia el Suroeste, hacia Granada.
Rodeadas las tres por los murallones casi paralelos de ambas alineaciones montañosas, quedan separadas entre sí por los páramos, altos y secos, a veces hasta desérticos, propios del altiplano.
Guadix, Baza y Huéscar, y sus comarcas, fueron ya desde la prehistoria, y a distancia mutua de aproximadamente 50 Kms., sucesivos hitos del fácil camino natural que, por el dicho Surco, ponía en comunicación las depresiones del Genil y del Guadalquivir con las costas levantinas. Los romanos se limitaron aquí a empedrar esos caminos milenarios. No otro que el del Surco es el recorrido del glorioso “Camino Real de Granada a Valencia”, vigente y transitadísimo hasta que la nueva carretera para automóviles ha preferido llevar su asfalto desde Cúllar-Baza hacia Murcia, por Vélez-Rubio y Lorca. Con su categoría de Carretera Nacional aumenta en 104 Kms. la jornada de quienes, desdeñando el Camino Real -hoy naturalmente carretera asfaltada, pero de menos categoría-, prefieren su mayor anchura para llegar hasta Valencia.
Perteneció Huéscar a la Tarraconense romana -y luego a la Cartaginense-, y no a la Bética. Luego, durante el Califato cordobés, y a lo largo de las sucesivas etapas de los reinos de taifas, almorávides, almohades y segundos taifas del siglo XII, a la “Cora” o Reino de Murcia -País de Tudmir-, hacia donde -y también hacia Valencia-, por tierras de Caravaca o Lorca, se ha encauzado secularmente el tráfico económico y cultural oscense.
La entrega del reino hudita de Murcia a Fernando III de Castilla y León, llevada a cabo en los años de 1240, puso en manos de la Orden de Santiago esta comarca fronteriza, erizada de fortalezas y atalayas. Constituía la muralla y glacis frente al naciente reino de Granada, cuya avanzada estaba, por esta parte, en las sierras de los Filabres y de Baza, así como en esta última e importante ciudad, tremendamente fortificada, y dotada de una gran alcazaba.
Los graves sucesos internos ocurridos en la Corte nazarí a comienzos del siglo XIV, y el consiguiente destronamiento de la raza dinástica legítima por la colateral y más belicosa que encabezaba el príncipe Ab-l-Walid Ismail I, determinaron una política hostil hacia Castilla. Los Infantes don Juan y don Pedro, regentes del reino cristiano durante la controvertida minoría de Alfonso XI, fueron derrotados y muertos en la Vega cuando en 1319 trataban de aplicar un castigo a los díscolos y reticentes granadinos.
Esta victoria, realmente inesperada por ambos bandos, conseguida sobre la práctica totalidad de las fuerzas castellanas disponibles, trocó el orden de los factores y hegemonías. Granada pasó de reino vasallo pagador de parias a creciente potencia militar, y hasta árbitro del equilibrio peninsular y magrebí.
La indefensión cristiana, a pesar del heroísmo de los caballeros santiaguistas de la Encomienda de Segura, que fortificaban la línea Vera, Vélez, Orce, Huéscar, Galera y Castril -enlazando más allá con el Adelantamiento toledano y arzobispal de Cazorla-, permitió una fulgurante ofensiva del granadino Ismail I. Avanzó éste desde Baza hasta las mismas cumbres de las Sierras de Cazorla, Segura y la “Sagra” -de “Zagra”, frontera-, donde quedó colocada ésta. En la toma de Huéscar tenemos documentado el primer uso de artillería en España, en texto irrefragable de Ibn al-Jatib. Era “Uxcar” entonces el nombre de un castillo roquero, sobre la cresta inexpugnable de la Sierra de la Encantada -antes “Sierra de Huéscar la Vieja”-, vigilante y llave a la vez del camino de Levante y de los accesos a las Sierras norteñas.
Para asegurar la comarca, dejó Ismail I a Baza como amenaza directa de los cristianos de Cazorla, con punta de lanza en el famoso castillo de Tíscar, llave del Pasillo de Pozo-Alcón, por donde el Guadiana Menor se abre difícil paso hacia el Guadalquivir. En Huéscar levantó el granadino otra enorme alcazaba, comenzada a toda prisa con los gruesos sillares romanos -epigrafiados por cierto- de una necrópolis aristocrática del Bajo Imperio. En su torno surgió la ciudad, que fue debidamente murada y rodeada de fosos y abastecida; de cara a la Orden de Santiago y sus castillos segureños.
La revancha de ésta, sin embargo, tardó más de cien años en llegar, y no logró afianzar la posesión de esta línea del Guadiana Menor.
Fue en 1435, cuando don Rodrigo Manrique, entonces Comendador de Segura y más tarde Maestre de la Orden, sorprendió de noche a la confiada guarnición de Huéscar, cuya ciudad fue asaltada “a escala vista”. Días después caía la alcazaba, y tras unos meses las fortalezas de Orce y Galera.
Diez años después se repetía la ofensiva granadina, en condiciones casi iguales a las del siglo anterior: un belicoso rey nazarí, que ha destronado al anterior, y que aprovecha la debilidad ocasional de Castilla, enzarzada en las disensiones del reinado de Juan II, bajo la privanza de don Alvaro de Luna -casualmente entonces Maestre de Santiago-. El rey “Osmin” -Utman-, que era en verdad Abu Allah Muhammad X al-Ahnaf (“el Cojo”) volvió a colocar la frontera granadina en las Sierras. Aquí radica la definitiva causa de que la comarca de Huéscar siguiera en adelante los destinos granadinos, olvidando los murcianos inmemoriales. Fue una población, con vecinos, guarnición y fortaleza netamente granadinas lo que cobró don Fernando el Católico, en su campaña de 1488.
Partió ésta, por vez primera en la Guerra de Granada, desde Murcia, en donde quedó doña Isabel. Todo el Noreste de reino nazarí estaba desprevenido y confiado, ya que seguía la obediencia de Boabdil, entonces apoyado por Castilla contra su tío y rey rival Abd Allah el Zagal. Tuvo éste que ocuparse de defender para sí esta zona, hasta entonces la única tranquila de la frontera, al ver que don Fernando iba directo a hacerse de Baza, auténtica defensa y reserva, con sus tierras, del reino granadino.
Tras la fulminante caída de Vera, donde no se llegó ni a combatir, se entregaron multitud de poblaciones y fortalezas, entre las que se contaban Huéscar y toda su comarca, excepto el castillo roquero de Castril. Por un año la frontera iba a volver, como era lo suyo, a Baza; cuyas imponentes defensas hicieron retroceder de momento al gran ejército cristiano.
Regresó, por tanto, el Rey a Murcia, aprovechando esta circunstancia para recibir personalmente la entrega de Huéscar y, días después -entrado el verano de 1488-, pasar a adorar la Santa Cruz de Caravaca: una vez más se utilizaba el Camino de Valencia. Nunca pudieron sospechar los moros de Huéscar -y luego los cristianos que les sucedieron- la trascendencia que en adelante había de tener su deseo de que fuera don Fernando en persona quien recibiera su sumisión. El rey tuvo en Huéscar tiempo para hacer consagrar su mezquita, aposentarse en su fortaleza, despachar allí documentación de trámite, y cobrar cariño a la población. Desde entonces tuvo a Huéscar «como cosa suya» -que dicen los cronistas, como luego el tiempo se encargó de demostrar con hechos de mucha importancia, que tendremos ocasión de conocer.
Se entregó Huéscar a causa de lo desusadamente generosas que fueron en esta campaña de 1488 las capitulaciones concedidas a las poblaciones que se entregaban sin combate. No se había visto nada semejante en otros años y otros frentes. La causa estaba, por un lado, en la escasa afección de sus habitantes y el rey, y, por otro lado, a causa de haber estado ellos hasta entonces, y a pesar de la guerra general, en paz con las fronteras de Lorca y Cazorla, y por el ya citado pacto de los Reyes Católicos con Boabdil, que permitía incluso un activo comercio entre ambas partes: resultaba difícil ponerse a combatir de pronto.
Pero había más: don Fernando tenía en 1488 prisa por llegar a tener Baza en sus manos, y huía de una campaña larga, que permitiría -y permitió de todos modos- preparar la resistencia a la codiciada ciudad. Por ello, cada población, cada fortaleza, se recibía a cualquier precio, con tal de que no “diera guerra” y permitiera ganar fechas. Y ese precio consistió en que los habitantes de los pueblos que capitularon masiva y pacíficamente quedaron en sus casas, como vasallos mudéjares, con sus bienes y tierras, y sin ver aumentados sus impuestos. Se limitaron realmente a cambiar de rey, cosa a la que los granadinos estaban desgraciadamente acostumbrados por motivos casi siempre cruentos.
No fue ajeno a esta facilidad en capitular la entonces iniciada carrera de diplomático y mediador con los moros por parte de don Hernando de Zafra. Antiguo Contador de Enrique IV, acabó siéndolo, y Secretario, de los Reyes Católicos; así como hombre de toda su confianza en materia económica y política. Los tratos de Zafra con los moros de la fortaleza roquera de Castril, en el curso de los que en 1489 hicieron caer a Baza -y con ella a Guadix, Almería y la Costa hasta los límites malagueños de Almuñécar-, le valieron, tras la toma de Granada -que también hizo posible sin una gota de sangre-. precisamente el jugoso Señorío de Castril, que sus descendientes poseyeron opulentamente hasta fines del siglo XIX.
El caso es que, en junio de 1488, Huéscar se entrega a don Fernando, quien, en adelante -como decíamos y según testimonio de los cronistas y de la propia historia-, dispuso de ella «como de cosa propia». Los moros de Huéscar vieron confirmados sus derechos y modos de vida, así como la promesa de que la entonces villa no sería jamás dada en Señorío, habiendo de permanecer, por tanto, para siempre, sin ser apartada de la Corona Real. Como en tantas ocasiones, don Fernando encontró motivos para no cumplir su palabra, como buen diplomático renacentista a la Italiana.
Fue primero su cuñado don Luis de Beaumont, Conde de Lerín y Condestable de Navarra, cabeza del bando beamontés de aquel reino, quien recibió en 1495 el señorío y marquesado vitalicio de Huéscar, en compensación por la pérdida de sus extensos estados de Navarra. Había sido expulsado por sus Reyes a causa de su abierta militancia pro-castellana, directamente encaminada a propiciar la anexión a España. Circunstancias de alta política exterior obligaron a don Fernando a desistir por un tiempo de su cerco a Navarra, dejando en evidencia a su leal cuñado.
Las vivas protestas de Huéscar por este Señorío, que también incluía Castilléjar, Zújar, Freila, los Vélez y las Cuevas, fueron acalladas por la promesa de tratarse sólo de merced vitalicia. Por otra parte, sólo recibió el Condestable tierras de monte y pastos, que eran de la Corona, a la vez que los más rentables de la zona. Muchos fueron los navarros que, con este motivo, acudieron a Huéscar propiciando su primera oleada repobladora, tan peculiar por esta causa.
La muerte del Conde de Lerín en 1508 devolvió a Huéscar su calidad de territorio realengo, siéndole además dada una buena serie de privilegios reales sobre montes y aguas, que aún conserva.
Cuando don Fernando reanudó sus actividades anexionistas hacia Navarra, regresaron hacia aquella frontera los Beaumont. Sin embargo, la riqueza forestal y ganadera de Huéscar hizo pensar mejor las cosas a un buen número de caballeros beamonteses, que se quedaron en estas tierras con sus familias, criados, costumbres, devociones, cocina, etc., etc.; lo cual ha dado a Huéscar y su comarca hasta nuestros días unas notables peculiaridades, completamente exóticas en el ámbito granadino.
El regreso de la población a manos de la Corona -que administraba el Regente don Fernando en nombre de su hija doña Juana- sirvió al Rey para, una vez más, echar mano de tierras y montes roturables para recompensar servicios. Esta vez se trataba de caballeros que, en las campañas del Gran Capitán en Italia, recibieron allá territorios que habían pertenecido a los expulsados barones angevinos. Al revocarse tales donaciones por motivos diplomáticos, los caballeros españoles fueron dotados en España. Así, el Campo de la Puebla, en importante medida, fue a parar a un Mayorazgo surgido de esta causa.
Los destinos y problemas navarros siguieron pesando sobre Huéscar. Así, en 1512, cuando al fin las tropas castellanas entraron en Pamplona, bajo las órdenes del II Duque de Alba, don Fadrique Alvarez de Toledo, y recuperaron los Beaumont sus estados y Condestablía, fue premiado el de Alba con el Señorío de Huéscar. Ello originó un espantoso y sangriento tumulto popular, que hubo de ser calmado “manu militari”, y dio comienzo a un pleito de resonancias seculares. Los Duques, a la postre, obtuvieron efectiva y únicamente el rico y extenso “Pinar de la Vidriera” -o “del Duque”-, límite de la actual provincia de Granada con las de Jaén y Albacete, en términos de Santiago de la Espada y Nerpio, respectivamente. Decir que “solamente” se les dio algo tan importante tiene sentido, si se sabe que esta enorme extensión forestal era una parte mínima de la poseída por el Ayuntamiento de Huéscar por aquellos tiempos. Recibió por otra parte el Duque la jurisdicción política, y con ello la facultad de hacer nombramientos de alcaldes y regidores, así como el disfrute de su parte de las Tercias de diezmos de la Iglesia, de las alcabalas y las rentas de la Alhóndiga. Fue también suya la fortaleza. A su vez, la entonces villa fue galardonada con el importante título de Ciudad -«Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Huéscar»-, sorprendente en una población que escasamente tendría entonces 3.000 habitantes.
Por ello, y a pesar de esas limitaciones, la jurisdicción civil de Huéscar ha correspondido durante siglos a la Casa de Alba, que dio a Huéscar su propio escudo de armas y una permanente relación burocrática hacia Castilla. El Ducado de Huéscar, propio de los primogénitos de los Alba desde 1563 -o más bien de las esposas de éstos-, no tuvo nunca concesiones políticas ni económicas sobre la ciudad; ni dejó en ésta la menor consecuencia heráldica. El escudo de Huéscar, por tanto, nunca fue el de tal Ducado, sino el principal de los Toledo en el de Alba.
Nuevas peculiaridades navarras y toledanas acaban de configurar la singularidad de Huéscar, esta vez en lo eclesiástico:
En virtud de la concesión que, en 1243, hizo Fernando III al Arzobispo de Toledo don Rodrigo Ximénez de Rada -que era navarro, de Puente la Reina- de la antigua diócesis y territorios de Baza, que estaba entonces en manos de los moros granadinos, la Archidiócesis Primada siempre mantuvo sus derechos en este sentido, a pesar de que Baza no pudo entonces ser tomada. Llegado, sin embargo el año 1489, y en trance de ser restauradas, tras la conquista, las viejas diócesis apostólicas de Almería, Guadix y Baza, el omnipotente Cardenal de España y Arzobispo de Toledo, don Pedro González de Mendoza, sacó a relucir el famoso documento de Fernando III, y dejó a Baza en mera Abadía. Baza era, según él, parte de la archidiócesis toledana, y con ella toda su Hoya, cuyo extremo norte cerraban Huéscar y sus Sierras. Nuevo pleito, por tanto, y esta vez con la Diócesis de Guadix, que legaba mejor y más cercano derecho: todo menos permitir unos y otros la lógica restauración de la Silla bastetana, que hubiera sido lo justo. La llegada de Cisneros a la Silla Primada determinó la “ocupación” de Baza por los toledanos.
Al fin, como en el Juicio de Salomón, tras mucho papel y muchos abogados, eclesiásticos y civiles -con intervención del Rey y hasta del Papa- se llegó en 1544 a un acuerdo. La vieja diócesis bastetana fue partida en dos jirones: la Abadía de Baza, que pasaría a depender de la nueva diócesis de Guadix-Baza -con nuevos agravios-, y la Vicaría de Huéscar, en cuya gigantesca Colegiata -con Abades y Coro, como auténtica Catedral de Baza “en el exilio”- residió desde aquella fecha hasta 1953 la permanente pretensión de Toledo.
Por ello, desde el siglo XVI hasta ese 1953 del Concordato, que también los entregó a Guadix, los seminaristas siempre numerosos de Huéscar y la Puebla de don Fadrique han ido a estudias sucesivamente a Talavera de la Reina y Toledo, de cuya diócesis era Huéscar el segundo arciprestazgo en importancia, tras el aludido de Talavera. Toledanos, por tanto, han sido muchos de los Abades, Vicarios y clérigos; así como el acento que ha sonado en los púlpitos durante siglos, hasta el nuestro.
Base navarra beamontesa, caballeros del Gran Capitán, gobernantes y administradores de los Alba, y clérigos toledanos han modelado el elemento humano de Huéscar. A ello se une su posición viaria en la ruta Granada-Levante, sus riquezas forestales, ganaderas, vinícolas y huertanas, que han dado a Huéscar una profunda y próspera historia, de la que quedan en pie la aludida y catedralicia Colegiata -hoy parroquia-, un buen montón de casas blasonadas, un urbanismo netamente manchego -junto al pequeño casco viejo musulmán-, las espléndidas ovejas segureñas, un habla muy murciana, lleno de arcaismos castellanos y navarros de la Ribera, y un folklore y cocina con muchos ingredientes pirenáicos, vasco-aragoneses: algo realmente único, que llama poderosamente la atención.

3).- LOS DOMINICOS EN HUÉSCAR.
En pleno y definitivo curso de las obras de la gran Colegiata, cuando la Concordia de 1544 entre Toledo y Guadix acababa de hacer a Huéscar definitivamente toledana en lo eclesiástico, se presentan los Padres Dominicos a fundar en la prometedora ciudad.
Era el año 1547. No sabemos cómo -tal vez con las limosnas y donativos de los vecinos, e incluso del Duque, como solía ocurrir-, pudieron los frailes hacerse de un gran solar al final de la nueva Calle Mayor, que de Norte a Sur sirve de eje al urbanismo castellano; y en la que, frente a frente, se miran todavía las puertas de la Colegiata y de la Casa que, tardíamente -tras la destrucción de la fortaleza-, albergó a los Administradores de los Duque de Alba.
Al final, pues, de la Calle Mayor, tras una larga teoría de mansiones blasonadas donde vivió lo mejor de la ciudad, y dando espaldas a las huertas y viñas que miran a la Sierra, las fachadas del Convento de Santo Domingo y su Iglesia, también conocida como de Nuestra Señora del Rosario -así se la cita en Cabildo Municipal del 14 de noviembre de 1800- forman el ángulo N.O. de la plaza que aún se llama Santo Domingo. Los muros de los edificios dominicanos eran, frente al campo, una especie de fortaleza teológica, a falta de otros muros que amparasen la población moderna. Ellos defendían de los vientos a esta ciudad abierta, expandida a partir del arrabal de la Puerta de Castril, que no tenía -eso se figuraba- nada que temer.
Sabemos con toda certeza que fue 1547 el año de la fundación del Convento de Santo Domingo, quizás provisionalmente instalado en alguna casa de la misma huerta, gracias al Responsorio con que los Curas Propios de Huéscar dieron satisfacción a un prolijo e interesante Cuestionario discurrido en 1780 por el Cardenal Lorenzana, Arzobispo de Toledo entre 1772 y 1800, y gran amigo de libros, construcciones y obras sociales. Era tal Cuestionario muy parecido al que poco antes iba al frente de las diligencias del famoso Catastro nacional del Marqués de la Ensenada, para hacer posible la entonces utópica Única Contribución.
El original del Responsorio de Huéscar a tal Cuestionario, fechado en el 1782, se conserva en el Archivo de la Mitra Primada. Para su cumplimentación, como era lógico en tan importante asunto, se reunieron los Curas y notables de Huéscar, entre los que no dejarían de contar las personas, delegados o datos enviados por el Prior de Santo Domingo, el Guardián de San Francisco y la Priora de la Madre de Dios, que todos esos cenobios existían entonces en Huéscar, como tendremos ocasión de ver.
La fecha que para la fundación del Convento de Santo Domingo dio Madoz en su conocido “Diccionario Geográfico Histórico y Estadístico”, publicado entre 1844 y 1850, retrasa este suceso en nueve años, colocándolo en 1556. A nuestro entender esta fecha es errónea, ya que los datos de Madoz provenían de cuestionarios enviados masivamente a los Ayuntamientos de toda España, y no fueron cumplimentados ni analizados con crítica en lo tocante a aspectos históricos, ante la prisa y magnitud del empeño. En la fecha en que se contestó a Madoz no existía en Huéscar comunidad de frailes dominicos -ni franciscanos-, ni archivo que consultar, con toda seguridad destruido por los franceses. Esa fecha fundacional de 1556 pudiera, a lo sumo, ser la del comienzo de las obras de la Iglesia, que quizás figurase aún en alguna lápida o inscripción, hoy desaparecida.
Y no pudo en absoluto ser fundado el Convento en ese 1556 de Madoz, ya que nos consta que tres años antes, en esta época de fundaciones dominicanas por la zona, ya asistió el P. Vicario del Convento de Santo Domingo de Huéscar, P. Fray Francisco de Santo Domingo, a la del erigido en Baza, en un acto que tuvo lugar en dicha ciudad el día 30 de abril de 1553 (1).
Un año antes -1552- se había fundado en la cercana Lorca el Convento también dominicano de Ntra. Sra. de la Piedad (2).
No deja de ser curioso que Huéscar se adelantara en los cálculos de la Orden de Predicadores a Baza y Lorca, mucho más importantes. Como todo en este mundo tiene sus motivos, sería interesante saber algún día los que aquí concurrieron, con la venia y el acuerdo de Felipe II, la Sede Primada y la Casa de Alba.

4).- LOS DOMINICOS Y LAS SANTAS PATRONAS DE HUÉSCAR.
No mucho después de su establecimiento, o incluso por entonces, cedieron los dominicos una considerable porción de su huerta como solar para la edificación de una “ermita” o capilla destinada a albergar las imágenes de las Santas Mártires Nunilo y Alodía, a las que el pueblo tenía gran devoción, hasta estimarlas de hecho como Patronas. De derecho lo era todavía, y con parroquia propia, el Apóstol Santiago, a cuya Orden perteneció Huéscar en algunas épocas medievales.
Fueron Nunilo y Alodía dos jóvenes aristocráticas muladíes, nacidas en Adahuesca (pequeña villa de Huesca), y martirizadas en ésta por Ismail Ibn Qasi, en momentos de difíciles relaciones con el Emir cordobés Abd al-Rahman II. Tenían unos dieciocho y catorce años respectivamente en el momento de su ejecución, que conmovió a toda España, y que figura en los más antiguos documentos navarros y mozárabes, entre otros. Sus restos fueron trasladados, por devoción de la dinastía pamplonesa, al monasterio benedictino de Leyre -auténtico Escorial navarro-, donde han recibido culto patronal durante los siglos siguientes.
Cuando vino a Huéscar el Condestable Conde de Lerín, su esposa la Infanta doña Leonor de Aragón creó, además de la veterana y aún existente Hermandad del Santísimo, una ermita en las faldas de la Sagra, en un lugar que tenía tradición de sucesos portentosos. No es ahora momento de tocar el tema del Olivo Milagroso, aludido en la Edad Media por escritores musulmanes y cristianos. El caso es que la ermita de La Sagra albergó y dio cobijo a unas reliquias e imágenes góticas de las Santas Mártires, y se constituyó en centro de atracción de unas importantes romerías comarcales, con motivo de sus traslados a las poblaciones de Huéscar y la Puebla de don Fadrique, y sus correspondientes regresos al Monte.
Una leyenda, contrahecha en Toledo a fines del siglo XVI y principio del XVII, transformó su tierra natal de Huesca en “Huéscar”, llegándose incluso en el texto de la inventada narración a una ingeniosa transposición de toponimos, basándose en los que aparecen en los primitivos martirologios medievales. El río de Parpacén, en el que se fingió su bautizo, pasó desde entonces hasta hoy a “Río Santo”; siendo por otra parte señales de su sangre unas rojizas pinturas neolíticas existentes en una peña que vigila el camino de acceso a su Santuario -la “Piedra del Letrero”-.
Hállase este santuario, como decíamos, en la falda de levante del altísimo Monte o Pico de La Sagra, de unos 2.500 metros de altura, en medio de impresionantes pinares. Todo ello tierra de bosque y caza, cedida por el Rey al Condestable, a casi 30 Kms. de Huéscar, como propia y exclusiva de la autoridad señorial, donde no podía cazar ningún pechero. Esta circunstancia, y la de la posterior sustitución de toda la población morisca por castellanos viejos forasteros, acabó confiriendo carácter “inmemorial” a la devoción a las Mártires, que se habría conservado allí desde su mismo martirio, para devoción de los oscenses, muy ferviente por cierto.
Evidentemente, la cesión por los Dominicos a las Santas de un solar para una capillita en que recibirlas o despedirlas en sus traslados, hubo de contribuir grandemente a la popularidad de los frailes en Huéscar. En efecto, las sagradas imágenes vienen cada año a la ciudad, y entran a ella precisamente por la Calle Mayor, a través de la plaza de Santo Domingo, a la que llegan bordeando la huerta y templo de los dominicos, procedentes del camino de la sierra, en que la calle se prolonga. Es curioso que la nueva Calle Mayor se trazara en dirección al Santuario de las Santas -Norte-Sur-, y no a ambos lados del Camino Real -Este-Oeste, ya hacia Baza, ya hacia Murcia. No cabe duda de que la Huéscar castellana del siglo XVI estaba marcada por la anterior Huéscar navarra de fines del XV, de cara a las Santas. En verdad, la dirección de la calle venía marcada por dos imperativos: el de que a ella diera la puerta principal de la Colegiata, y el de que esta puerta había de abrirse a Poniente por causa de la liturgia, que hace mirar los ábsides a Levante.
Fuera por una u otra cosa, el hecho es que, a partir de entonces, el acto de la recepción o despedida de las Santas podría hacerse bajo techado y con un espacio generosamente amplio para el vecindario y la comitiva, sin necesidad de invadir sembrados. Por los datos que tenemos, el solar donado para capilla rebasaba con mucho las estrictas necesidades de ésta: llegaba desde el mismo muro Norte de la Iglesia conventual, y a la izquierda del camino de las Santas, hasta las tapias de una huertas que hubo enfrente de la ermita de la Victoria, edificada en 1569 como veremos.
Grande, a su vez, debía ser la huerta que los dominicos tenían tras su Convento, hacia el Norte o Poniente, cuando podían prescindir de un espacio tan extenso.
Todo esto lo hemos sabido de milagro, por causa de unas sesiones que el tema provocó ante la Corporación Municipal dos siglos más tarde.
Esta ermita de las Santas subsistió en buen estado hasta, por lo menos, el año 1569, en que se comenzó la de la Victoria por los sucesos que seguidamente vamos a describir, y que le dieron una importancia y prestigio decisivos. Desde entonces, la ermita de los frailes quedaría oscurecida, hasta desaparecer.

5).- EL CONVENTO DE SANTO DOMINGO Y LA GUERRA DE LOS MORISCOS.
Como es sabido, en la Navidad de 1568 se alzaron a la desesperada los moriscos del Reino de Granada, en inútil esfuerzo por conservar sus peculiaridades nacionales. No vamos a extendernos en ello.
En principio, y en general a lo largo del conflicto, la revuelta afectó sobre todo al Valle de Lecrín y ambas Alpujarras -granadina y almeriense-, sin más foco al Norte de Sierra Nevada que la agreste Güejar.
Sin embargo, las posibilidades de comunicación que sobre ambas vertientes de la Sierra permitían los Puertos de la Ragua y de Loh determinaron la sublevación de los moriscos del Marquesado del Zenete, y de las Hoyas de Guadix y Baza, hasta la Sierra de Filabres y río Almanzora.
El deseo de extender su zona de dominio a los grandes señoríos del Norte granadino y almeriense, de numerosa población morisca; y el no menos vehemente de extender el alzamiento al masivo núcleo mudéjar de Murcia, Valencia y Aragón, controlando así casi toda la costa sur-levantina que quedaría brindada a los desembarcos turcos, movieron a Aben Aboó -segundo rey morisco, sucesor de Aben Humeya, a quien hizo estrangular por supuesta debilidad contemporizada- a copar y controlar el camino real de Granada a Valencia.
Incapaz de alzar a Huéscar, donde había asentada una importante cantidad de castellanos viejos y militares, Aben Aboó comisionó a su Capitán General de la zona de Baza, el Almanzora y los Filabres, Jerónimo Al-Mulih -conocido por “El Muleh”, o “El Maleh”- para que se hiciera de las poblaciones que jalonaban el ramal oriental extremo del Guadiana Menor. Ya desde la Edad Media, ese río había servido de foso para la frontera de los santiaguistas con los granadinos, formada por los castillos de Vélez-Blanco, Orce, Galera y Castilléjar y Benamaurel.
Controlada esta línea, Huéscar podría caer, cortándose por completo el Camino Real, y colapsándose las comunicaciones de todo el Sureste peninsular.
A comienzos de noviembre de 1569 la guerra se debatía con dureza en las Alpujarras, y la retaguardia cristiana de Guadix, Baza, Huéscar y Los Vélez estaba prácticamente desguarnecida de tropas. Los grandes alcázares de La Calahorra y Vélez Blanco, que habían parecido tardías altivoces de los Fajardos y los Mendozas, resultaron en esta ocasión providenciales. Sin embargo, imponían más por su mesa amenazante que por sus guarniciones, reducidas a un simbolismo por la guerra. Esto era conocido por El Muleh, gracias a sus numerosos contactos con los moriscos de los señoríos. Igual ocurría con las grandes y antiguas alcazabas musulmanas de Guadix, Baza y Huéscar.
A principios de noviembre de 1569 -como decíamos-, salió El Muleh de Purchena con diez mil hombres. Dentro de su zona de dominio, por Cantoria, la Rambla de Albox y la Sierra de Chirivel se presentó en Orce, con intención de sorprender y asaltar la alcazaba de los Enríquez. Apostó de noche más de dos mil hombres en los lavaderos de lana de esta villa, intentando la sorpresa para la que le estaban esperando preparados los moriscos de Orce -toda la población prácticamente-. Mientras enviaba mujeres, niños y bagajes a Galera, intentó El Muleh tomar la fortaleza, empeño en el que fracasó, ante la valerosa defensa de su alcaide.
A la vista de ello, con los moriscos de Orce, y también los de Castilléjar, se metió en Galera, situada -más bien apiñada- sobre un abrupto cerro, bajo un castillo y sobre el río, unos 8 Kms. más abajo.
Toda Galera podía ser considerada una gran fortaleza, con tantas barreras amuralladas como cotas de casas se sucedían monte arriba, todas ellas barreadas y fortificadas bajo la experta dirección técnica del capitán turco Caracax (“Carvajal” para los cristianos). El Muleh metió en Galera, además de varios miles de moriscos de la comarca, abundantes provisiones, propias para una larga campaña: trigo, harina, cebada y otros víveres. Se hizo también un molino de pólvora. Desde allí podía hostigar el Camino Real en varias direcciones.
Una expedición de castigo, hecha sin saber frente a quienes iban a verse las caras, resultó para los caballeros de Huéscar un tremendo quebranto, en vez de un paseo militar como pensaban. A su regreso a la ciudad, apretados por los moriscos, arremetieron en venganza contra los de Huéscar, que habían sido precautoriamente recogidos por el Gobernador en las bodegas de la Tercia del Duque. El arrabal de Santiago fue saqueado por los vecinos, que tenían varios muertos en su haber por causa de la rota de Galera. Al no poder “linchar” a los moriscos, les ocasionaron varias víctimas mortales disparando contra ellos por los respiraderos del subterráneo desde la calle.
En noches sucesivas, mientras toda la tierra limítrofe, hacia Caravaca, Lorca y Baza hervía en avisos y leva de tropas, el Gobernador de Huéscar sacó a los moriscos de las referidas bodegas, para llevarlos con todo sigilo tras los muros de la cercana fortaleza ducal.
El Muleh, mientras tanto, tras un amago fracasado hacia Oria, dejó en Galera a la orden del citado capitán turco, doscientos temibles escopeteros también turcos, desembarcados como voluntarios (3).
Días después, ya de regreso, y en la madrugada del 21 de noviembre de 1569, salió El Muleh de Galera con más de cinco mil hombres, entre los cuales iban los mencionados tiradores turcos. El plan era, yendo por medio de las viñas de Poniente, fuera del camino de Huéscar, rodear esta ciudad y entrarla por el punto jamás esperado: el Norte. Galera, como es sabido, está a unos 8 Kms., exactamente al Sur, río Barbata abajo, sobre cuya margen derecha iba entonces el camino.
La entrada por el Norte aprovecharía además la circunstancia de estar desierto el barrio o arrabal morisco de Santiago, cercano a su vez a la fortaleza. Resultaría fácil sorprenderla, liberando a los moriscos allí custodiados, tal vez con su propia colaboración. El plan incluía el incendio de la ciudad; o, en caso de dificultades, al mayor daño posible y la retirada con los moriscos locales al reducto de Galera.
Si la operación resultaba un éxito, tras el asesinato de todos los cristianos viejos de Huéscar -como venía siendo trágica costumbre, especialmente cruel en el caso de clérigos y frailes-, la gran alcazaba oscense volvería a ser el control de todos los pasos de la Sierra Sagra y de Segura, así como de todo el tráfico a Levante. Una frontera que había durado toda la Edad Media por su especial orografía, bien podía volver a serlo para el soñado reino morisco del siglo XVI.
Esta era la pretensión de El Muleh esta madrugada del 21 de noviembre -que otros colocaron erróneamente en el 18-, día en que resultó providencial la existencia del Convento de Santo Domingo y sus frailes.
Hacia las 7 de la mañana, que es hora bastante oscura a mediados de noviembre, estaban los moriscos agazapados y emboscados entre las viñas y huertas inmediatas a la tapia de los dominicos, esperando la hora de acostumbrada apertura del recinto murado de la ciudad medieval para lanzarse a toda prisa por las calles Mayor y de Santiago hacia el casco moderno y la fortaleza. La amplitud y despejo del urbanismo manchego de Huéscar había de facilitar la rapidez de la operación fulminante.
También, a esa misma hora, estaba un buen fraile dominico revistiéndose los ornamentos sagrados para celebrar la misa de 7. Mientras se revestía, iba recitando las oraciones prescritas por la rúbrica litúrgica. Tal vez distraído, tal vez atisbando la claridad del cielo, tuvo la ocurrencia de mirar por la ventana que había sobre la cómoda ante la cual se hallaba. Fue entonces cuando vio el campo materialmente cubierto de moros armados, prestos ya a lanzarse Calle Mayor abajo.
Gritando como un desesperado, y con el alba a medio poner, salió el fraile a la plaza de Santo Domingo, y corrió Calle Mayor abajo, hacia la Plaza Nueva, a tiempo de avisar a veinte soldados forasteros de caballería, que en ese momento partían hacia Orce por el camino de Fuencaliente, a reforzar la guarnición de su fortaleza frente a los moros de Galera. No habían sospechado que los tenían tan cerca, y que iban a luchar con ellos sobre la marcha. Mientras se daba el toque de rebato, y se echaba la gente armada a la calle, los caballos y diez o doce vecinos tras ellos acudieron en tromba hacia Santo Domingo, aún a tiempo de impedir a los moriscos, que ya empezaban a incendiar casas, entrar en la Calle Mayor.
Los muros del Convento, y los de la Huerta y Ermita de las Santas hacían imposible una entrada masiva, ya que ésta había de hacerse realmente encajonada por aquéllos. Conjurada la sorpresa, ya nada tenían los moros que hacer, con toda la población de Huéscar presta a la defensa.
De momento, la embestida de los veinte caballos, suficiente por la estrechez del camino entre tapias, bastó para detener y desbaratar a la vanguardia musulmana, provocando la confusión en los que tras ellos venían.
A poco acudieron doscientos arcabuceros, a los que se fueron sumando todos los hombres capaces de empuñar armas que había en Huéscar, que eran bastantes; ya que la ciudad vigilaba a los de Galera y se prevenía de ellos, en espera de los solicitados refuerzos reales.
El tumulto originado en la multitud de moros de a pie impidió maniobrar a los pocos caballos que ellos, a su vez, traían.
Y así, tras una hora de violento combate -de 7 a 8 de aquella mañana-, y temerosos los moriscos de ser impedidos en su retirada, ya que habían de rodear de nuevo todo el casco urbano por incómodas tierras de labor y de riego, para regresar a Galera a campo través, se batieron en retirada completamente derrotados. Dejaban sobre el campo cuatrocientos muertos. Cinco vecinos de Huéscar también pagaron con su vida la jornada. Entre la multitud de armas y despojos de toda clase, quedó incluso un visible y hermoso “gabán” azul -era una capa-, que llevaba El Muleh.
Puso éste en la retaguardia, para cubrirlas, a los doscientos arcabuceros turcos, gracias a los cuales logró alcanzar su base de partida.
Llegado a Galera, no tuvo tiempo más que para dar órdenes y retirarse a su cuartel general del Almanzora, a la espera de la inevitable ofensiva cristiana. Iba a venir ésta de la mano del mismo don Juan de Austria, hermano del Rey. Dejó El Muleh en Galera ciento cincuenta turcos, llevándose el resto -cincuenta- consigo (4).
No describiremos el asedio, asalto y destrucción de Galera, en febrero de 1570; ni los detalles de la voladura del castillo, la ejecución de todos los moriscos -varones o muchachos- capaces de empuñar armas, ni la siembra de sal que se hizo sobre el solar de la población arrasada, para que no volviera a crecer hierba, como escarmiento. El tema daría para un libro, que ha de venir. Regresemos a la vida cotidiana de Huéscar.
A partir del día de “La Victoria” se edificó en el centro del campo de batalla, cerca de las tapias de Santo Domingo, pero sobre el lado derecho del camino que va a Las Santas, una capilla dedicada precisamente a Nuestra Señora de la Victoria; cuya advocación iba en adelante a compartir con Santiago Apóstol el Patronazgo oficial y canónico de la ciudad. En esta capilla, y no en la que ofrecieron los frailes, se haría desde entonces la recepción o despedida de las Santas Mártires. En el siglo XVIII, tras una larga agonía ruinosa, la ermita primera había desaparecido, sin dejar más rastro en aquel lugar que nombre, aún vivo, de “Huerta de las Santas”.
Cada 21 de noviembre celebró Huéscar, durante siglos, el aniversario del triunfo sobres los moriscos. Tras una solemne procesión general a la capilla de La Victoria, se celebraba a las 10 de la mañana una no menos solemne Misa, con prédica alusiva a la jornada. En aquellos actos, a modo de pendón o trofeo ganado al enemigo, figuró siempre el azul gabán que perdió en su huida El Muleh, y hoy hemos perdido nosotros para la historia local (5).

6).- LOS DOMINICOS ACABAN SU IGLESIA.
No sabemos el nombre del fraile dominico que con la fuerza de su voz y la velocidad de sus piernas salvó a la ciudad de Huéscar de la matanza y destrucción en tan memorable jornada; ni quien se perdió aquella frustrada misa de 7, que sería sustituida horas después -a las 10- por otra muchos más solemne, y un Te Deum masivo.
Lo que sí sabemos es que la iglesia de Santo Domingo, concebida con grandes pretensiones, estaba entonces sin terminar; y que los frailes que integraban la comunidad no debían ser muchos, ni lo fueron por algún tiempo, por falta de convento suficiente.
Es conocido que la guerra de los moriscos, con la expulsión de todos los que sobrevivieron -sublevados o no- y sus enormes gastos, dejó exhaustas las arcas españolas, y vacantes muchísimos miles de puestos de trabajo en el campo, la industria y la artesanía. La crisis económica y demográfica granadina fue fortísima, quedando detenidas casi todas las obras en curso, empezando por el propio palacio que mandó levantar Carlos V en la Alhambra, y siguiendo por muchísimos templos, que en el viejo reino nazarí eran todos de Patronato Real, por derecho de conquista.
No es de extrañar, por tanto, que, a pesar de existir en Huéscar un convento de Predicadores, despache Felipe II una real cédula -con su firma autógrafa y su sello de placa-, fechada el 15 de marzo de 1574, en la se manda al Licenciado Busto de Villegas, Gobernador y Administrador General del Arzobispado de Toledo, que uno de los beneficios eclesiásticos existentes en Huéscar sea provisto en la persona de un teólogo «para que los habitantes de dicha ciudad y su vicaría tengan predicador» -como dice la referencia del Archivo de Simancas- (6).
¿No predicaban los Predicadores de Santo Domingo? ¿Predicarían quizás tan bien, y eran tantos, que motivaron los celillos de los clérigos diocesanos de Huéscar? ¿Se creaba la plaza para alguno concreto, teólogo, que viviera en la ciudad, y tenía recomendación ante el Rey o el Duque?.
No debe ir descaminada la sospecha de los celos del clero secular de Huéscar ante el prestigio de los Padres Dominicos y su creciente influjo sobre la devoción popular, cuando, ya en 1570 -el mismo año en que acaba la guerra morisca-, se comienza también a pensar en fundar un convento para monjas, igualmente dominicas.
Un documento del Archivo Histórico Nacional, de 1575, trata de diversas cuestiones relacionadas con los terrenos de unas casas que fueron de moriscos de Huéscar -y que entonces eran ya del Rey-, sobre los que se trata de hacer la fundación (7). Esas casas de moriscos se sucedían desde el mismo arrabal de Santiago, a los pies de esta Iglesia y de la fortaleza, a lo largo de la calle del Tinte, en busca del viejo camino de Galera por debajo de las huertas...
La primera fecha que se da sobre la fundación de las dominicas es la del año siguiente al citado -o sea, 1576-. según una fuente de principios de este siglo, inspirada habitualmente en los fondos informativos de Madoz (8). Fuera así o no, el caso es que esta iniciativa no prosperó, o fue demorada en su efectiva puesta en práctica por falta de medios económicos, o de un patrimonio donado, capaz de generar las rentas necesarias para mantener una Comunidad de clausura, dedicada a la vida contemplativa. Tal vez los dominicos se replantearon el tema en este intervalo, y prefirieron orientar a su devotos y favorecedores a acabar primero decentemente las obras de Santo Domingo y su iglesia, que estaban a medio.
Así debió ser. A trancas y barrancas, en 1585 se acaban -o mejor dicho, se habilitan los edificios-. El convento queda reducido a un cuerpo, orientado de Este a Oeste, de una sola crujía y tres plantas. Dos cuerpos más como éste debían, con el de la iglesia, encuadrar un claustro que jamás se afrontó, y que quedó en huerto o patio abierto, cerrado con simples tapias al Norte y Oeste.
La iglesia iba a ser un gran templo de tres naves, con la techumbre de la central -ancha y muy alta- bellísimamente artesonada. A la altura de la cabecera los muros se abrían en tres arcos hasta todo lo alto, de los cuales los laterales indicaban el crucero, mientras el central marcaría la embocadura de una Capilla Mayor o absidal, sobreañadida hacia el Norte. Se desistió de tal capilla, tapándose dicho arco, y apoyándose en el grueso tabicón el altar mayor de la Virgen del Rosario. En el otro extremo, sobre los pies, se colocó un hermoso coro alto.
La dicha fecha -1585- fue escrita en el friso esgrafiado de roleos que figura bajo la gran artesa, y precisamente sobre el centro del altar mayor. Allí sigue.
Iglesia y convento, formando ángulo y con trazas importantes, dejan ver bien a las claras que no son más que la muestra de una gran pretensión, de la que sólo pudo llegar a ser realidad el espléndido artesonado al que tanto nos hemos referido, y por cuya causa nos movemos ahora unos y otros.

7).- LOS DOMINICOS, SU COMUNIDAD Y SUS DEVOCIONES EN HUÉSCAR Y SU COMARCA. DOMINGO ECHEVARRÍA, “CHAVARITO”.
El 27 de noviembre de 1590 se fundaba en la jiennense Alcalá la Real, cabecera de la importante Abadía quasi episcopal de su nombre, la Iglesia y Convento de Ntra. Sra. del Rosario, de la Orden de Predicadores. Con este motivo, se celebró en esta Casa una primera y solemnísima Misa, oficiada por el Padre Fray Juan de Solís, Prior del Convento de Huéscar, en presencia del “Muy Reverendo Padre Misionero Fray Bartolomé Cabello, Provincial de esta Provincia”. Del acto quedó constancia en una manuscrito del Sr. Espinosa de los Monteros, Archivero que fue de la Abadía de Alcalá la Real (9).
El hecho de que esta Primera Misa fundacional, en un lugar de la importancia política y eclesiástica de Alcalá la Real, tan cercana a Granada y a su importante población dominica, corriera sin embargo de cuenta del Prior de Huéscar, nos manifiesta la categoría de este Padre Solís, y la de la comunidad y convento que se permitía tenerlo a su frente. Fue también famoso, según nos aporta Dengra, el Padre Maestro Casanova (10). Evidentemente, los dominicos estaban en alza en esta zona.
Prueba de ello es que, por entonces, se ha vuelto en Huéscar a la carga para acabar de erigir el intentado convento de las monjas, cuya últimas gestiones dejamos en 1575 y 1576. La cuestión estaba en dar con un Fundador capaz de proporcionar la dote.
No obstante, un nuevo “contratiempo” se interpone ante los frailes, bajo la forma de otros frailes: los franciscanos.
Nos cuenta en el siglo XVIII el Padre Monreal -descalzo, naturalmente- que, por repetidas instancias de la ciudad de Huéscar y su pueblo, muy devoto de San Francisco, los religiosos de la Provincia Seráfica de San Juan Bautista, establecida en el Reino de Valencia y extendida por los de Murcia y Granada -donde radicaba la de San Pedro de Alcántara- fundaron un convento, dándole por Patrono y Titular a su Fundador San Francisco (11).
Esta fundación -de la que si consta, como se ve, que se hizo “a expensas del pueblo”, como recoge Madoz con acierto- fue el 8 de octubre de 1602, estableciéndose los Padres inicialmente en la Ermita de San Sebastián -hoy capilla de la Soledad-, a falta de convento propio (12).
El 31 de ese mismo mes pasan a la no muy lejana casa y huerta de la Atarazana, colocada en el confín occidental de la población, donde sale el camino de Castril. La escritura se firmó ese día, otorgándola Juan Nieto y su mujer Francisca Ruiz a favor de don Fernando Bravo de Rojas, Síndico de los Padres Franciscanos, por la cantidad de 220 ducados (13).
La primera piedra del nuevo convento, tras los preparativos de rigor, se puso antes de cinco meses: el día de San José, 19 de Marzo de 1603(14).
El 5 de Septiembre -seguimos en 1603-, aprovechando la visita a Huéscar del Obispo de Troya y Auxiliar de Toledo, que lo era entonces don Melchor de Vera y Soria, se le pidió -y así lo hizo- bendijese el ámbito de la iglesia y convento que entonces se levantaban, cuyas obras fueron tan rápidas que permitieron la consagración un año después. El día de San Jerónimo, 30 de Septiembre de 1604, por la tarde, tras su traslado en solemne procesión, se colocó el Santísimo (15).
Como dato de interés debe saberse que en este mismo 1604, y también de limosna, se levanta el convento franciscano de San Diego en la villa de Totana, cercana a Lorca (16). El siglo XVII trae por tanto, junto a los fervorosos dominicos, los no menos favorecedores de los frailes franciscanos.
Dentro del propio término de Huéscar -ya que a él pertenecía entonces la pujante Puebla de don Fadrique-, también a expensas del vecindario y con ayuda del Duque de Alba, fue fundado otro convento franciscano en 1612 (17).
Da la impresión de que esto es lo único que faltaba para poder fundar el Convento de las Dominicas, imposible -por lo visto - mientras hubiera otros de varones pendientes en Huéscar y su jurisdicción.
En el mismo 1612 en que surgía la Comunidad franciscana de la Puebla, y gracias a la generosidad de doña María Chinchilla, viuda del Caballerizo del Emperador Carlos V Micer Ruiz, se hizo la fundación de las Monjas Dominicas de Huéscar (18)
Varias observaciones surgen acerca de esta noticia. Por un lado, es curioso ese tratamiento de “Micer” -específicamente italiano-, usado por un hispánico Caballerizo llamado Ruiz. En la Encuesta y Responsorio de los Curas de Huéscar, de fines del XVIII, está escrito, con evidente error, “Mucer”, que no significa nada. Quizá aquellos buenos clérigos provincianos no conocían ese tratamiento clásico.
La segunda observación es que resulta muy difícil ver organizando una fundación en 1612 a una señora viuda, cuyo marido hubiera sido durante el reinado de Carlos V -que abdicó en 1556- lo suficientemente adulto como para ser Caballerizo imperial, puesto al que no se llegaba sino tras una cierta carrera de méritos.
Ello nos anima a pensar que ese 1612 fue el año en que, al fin, pudo llevarse a efecto -tras un pleito, como era normal en la época- el deseo testamentario de doña María Chinchilla, que debía por entonces estar muerta. Es así como cobran sentido las noticias fundacionales -y las de otras tantas detenciones del asunto- del convento dominicano de monjas en los años 1570,1575 1576 y 1590: años estos en que aún podía dar guerra la viuda de un cortesano de Carlos V, que pudo sobrevivir al César, e incluso enriquecerse en Italia después, hasta el llamado “Micer”.
El inmenso convento de los Dominicos, que aún existe y sigue siendo de clausura, se edificó en el lugar previsto, sobre solares de casas que fueron de moriscos, en el extremo Este de la población y del carrerón que ahora es “El Paseo”.
Es curioso ver cómo en el siglo XVII la ciudad quedaba marcada en sus extremos por los grandes edificios conventuales: al Norte, los Dominicos; al Este, las Dominicas; al Oeste, los franciscanos. Para cubrir el Sur hacía falta otro, que llegó a principios de nuestro siglo con las monjas de la Consolación, al final de la calle de San Cristóbal; cuando, cerca de los Dominicos, y también al Norte, ya existía el Asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados desde fines del XIX.
No cabe duda de que Huéscar fue siempre una ciudad muy religiosa. Hasta muy avanzado el siglo XVI había existido en el casco medieval, en lo que fue Judería, el Beaterio de Santa Ana, fundado por los Reyes Católicos en el local de la sinagoga .
Regresando al siglo XVII, y dos años después de su fundación, vemos cómo se incendia en Otoño de 1614 el Convento de las monjas. Por la época en que ocurrió, y el año, pudo ello ocurrir con motivo de los actos litúrgicos solemnísimos que se celebraron en todos estos Reinos con motivo de la canonización de Santa Teresa de Jesús, que habría de llegar a Copatrona de España. En estas fiestas se medía el esplendor -no sólo el lumínico- por la cantidad de libras o arrobas de cera quemada. Esos miles de cirios a veces quemaban los retablos, y con ellos las iglesias. Sabemos de este desastre por una licencia que el Ayuntamiento concedió para la corta de maderas para la obra, acordada entonces, según consta en los Libros Capitulares (19).
Este contratiempo, y las medidas contundentes a anularlo, pusieron una vez más en evidencia el favor que los oscenses profesaban a los hijos de Santo Domingo, que debieron moverse mucho en busca de limosnas; y a quienes hemos dejado en 1590, en que conocíamos el Prior que entonces tenían .
Han de pasar muchos años hasta que, el 19 de Abril de 1655, conozcamos a otro de ellos. Nos lo proporciona el testamento de don Cipriano Ruiz-Coello de Portugal, noble y admirado señor, que encomienda en este día su enterramiento en Santo Domingo a su Prior, el Padre Presentado Fray Diego Fernández (20).
Un año después, el 20 de Marzo de 1656, y con motivo de una fuerte sequía en los campos de Huéscar -que era el motivo que siempre se aducía para el traslado, año tras año-, se traen a la ciudad las imágenes de las Santas Mártires, siendo depositadas en la iglesia de los Dominicos. Ello nos permite deducir que la antigua capilla, donada por la Orden a este fin en el siglo anterior, estaba ya desmantelada; y también que el traslado de este año fue muy solemne y multitudinario, cuando no se utilizó como venía siendo costumbre desde 1570, la capilla de la Victoria: se necesitó la gran capacidad de la iglesia dominicana.
Que este acto fue, sin embargo, relativamente normal nos lo indica el hecho de que tal noticia aparece, a modo de muestreo, en los Libros Capitulares del Municipio, en una época en que faltan la mayoría de ellos (21). Mucha casualidad para ser algo especial.
Nada volvemos a saber del Convento de Santo Domingo hasta 1700, en cuyo año, por noticia anotada por don Pascual Dengra, y recogida por su hijo Jaime en su trabajo inédito sobre la “Historia de los Monumentos de Huéscar”, se sabe existe en esa Casa un Hospital para necesitados, y para los mismos frailes (22). No siendo muy numerosa la Comunidad dominica, ni siendo de esperar que estuvieran tantos enfermos como para necesitar un hospital en su casa -en la que serían atendidos igual sin serlo-, da la impresión de que el tamaño del Convento y la proverbial sanidad del clima de Huéscar, seco y alto -casi a 1.000 m.- decidió a los Superiores de la Provincia a crear allí una Casa de Convalecientes para la Orden. Huéscar ha sido tradicionalmente un pueblo de veraneo, por las características que se han señalado, y su cercanía a las Sierras. Buena prueba de ello es la excelente calidad del curado de sus jamones.
Desconocemos el origen de esta noticia de Dengra sobre el Hospital dominico en 1700, perfectamente verosímil.
En el siglo XVIII nos trae abundantes pruebas de la devoción que, en toda la comarca, origina la imagen de Nuestra. Sra. del Rosario, titular de la Iglesia conventual de Santo Domingo. Su altar, Privilegiado , tenía mucha fama, y recibía multitud de encargos de misas en sufragio de difuntos, como se hace patente en multitud de documentos conservados.
A título de mero ejemplo, y espigando a nivel comarcal, hallamos en el Archivo Parroquial de Orce -único conservado en la comarca, tras las quemas de 1936- uno de estos encargos fechado en 5 de julio de 1773 (23).
Esta devoción a la Virgen del Rosario de Huéscar era compartida por la no menor que los franciscanos -más numerosos siempre- habían cosechado para su hábito y cordón, por parte de los piadosos aspirantes a difuntos, que solicitaban ser enterrados con ellos. Era también devoción receptora de limosnas y mandas la del famoso Cristo de “Cabrilla”, nombre de la villa jiennense relativamente cercana, que a esta milagrosa imagen debe su actual nombre de “Cabra del Santo Cristo “.
El 15 de Junio de 1777, con motivo de la muerte de Marcela Ocón, también vecina de Orce, se dicen por su alma, además de en su pueblo, misas en los conventos de Santo Domingo y otros -en plural-de Huéscar: es decir, los otros dos, de dominicas y de franciscanos (24).
La profunda piedad popular, tan intensa en la España barroca, ha convertido además al Convento de Santo Domingo en propietario de multitud de fincas, procedentes de legados y mandas testamentarias, prodigados a lo largo de siglos. Cuando sobrevenida la definitiva etapa desamortizadora que siguió al fallecimiento de Fernando VII en el siglo XIX, se liquida el patrimonio de la Iglesia, aún aparecerán entre 1850 y 1851 diversos inquilinos, colonos y censatorios del Convento de Huéscar, incluso en Baza, a pesar de que allí también había dominicos, dominicas y franciscanos, junto a varias Ordenes más (25). Por supuesto que todos estos otros conventos, y los restantes de Huéscar, estaban en parecidas circunstancias hereditarias.
Es en este ambiente, y concretamente en el dominicano de Huéscar, donde forja la vocación cultural, doctrinal y pictórica de Domingo Echeverría, gloria del Arte granadino, y prácticamente desconocido en su patria chica.
Nacido en Huéscar en el año 1676, en el seno de una de las muchas familias de raigambre navarra que se avecindaron en la población a partir de 1495, recibe el nombre de Domingo.
Trasladado a Granada, quizá al amparo o por impulso de alguno de los frailes, logró un puesto de trabajo junto al gran José Risueño. Este, hacia 1692, tenía ya un taller propio, en el que le ayudaban su hermano Manuel, que era Maestro grabador, y los pintores y grabadores Juan Ruiz Luengo, José de Ahumada y nuestro “Chavarito”, cariñoso sobrenombre de Domingo, que sólo tenía dieciséis años.
Identificado con la escuela y estética de Risueño, y ya convertido en un excelente grabador al aguafuerte, viajó a Italia, donde siguió estudios de arte y de pintura con el florentino Benedetto Luti, sin que por ello alterase su dirección estilística, ya claramente definida.
Completada su formación, y ya convertido en un excelente profesional, regresa a Granada, donde destaca con éxito creciente en los ambientes artísticos, en los que llega a ser el más caracterizado y predilecto de los discípulos de Risueño, que era entonces el árbitro estético de la ciudad. En opinión de Gallego Burín es la única figura de alguna consideración en esta decadencia de la escuela de Alonso Cano.
Dejó abundantes pruebas de sus posibilidades, como vemos en la actual iglesia de la Magdalena -antes Convento de Agustinas-, donde dos grandes lienzos de medio punto, con alegorías sobre el Santísimo Sacramento del tipo flamenco de Rubens -nota estilística peculiar en él, recibida de Risueño-, coronan ambos altares de los brazos del crucero. Este flamenquismo tiene otro hito en los grabados de Chavarito sobre el tema de los Santos Cosme y Damián, a partir de lienzos de Van Dyck.
El propio Museo Provincial de Bellas Artes de Granada, instalado en la planta principal del Palacio de Carlos V de la Alhambra, muestra en su Sala VIII dos cuadros de “Chavarito” de asunto teresiano; uno de los cuales, el “ingreso de Santa Teresa en el Convento de la Encarnación de Ávila”, mereció figurar en una exposición nacional monográfica sobre “Santa Teresa y su Época “, celebrada en Madrid en 1970, y glosada por Camón Aznar.
Su apogeo y máxima cotización -a la par que más entrañable época para él- llegan cuando es encargado por los Padres Dominicos de Granada de pintar diversos temas en su Iglesia de Santo Domingo: así una alegoría de la Orden de Predicadores, situada en la Capilla Mayor; y unos frescos, más flojos, en las capillas laterales segunda y tercera, entrando a la derecha.
El prestigio adquirido le lleva a hacerse cargo, en este mismo tiempo, de los importantes frescos que decoran las bóvedas y muros del antecamarín del nuevo altar de Nuestra Señora del Rosario, verdadero corazón del templo: un altar que, por su abigarrada ensalada churrigueresca de angelotes y nubes, mereció ser llamado con humor “la pepitoria”; y en el que lo único bueno que existe, olvidada esa furibunda melopea escultórica exterior, son los aludidos frescos del pintor oscense sobre “la batalla de Lepanto” y el retrato de San Pío V.
Gallego Burín le atribuye también un “Niño Jesús con cáliz en la mano” -cuya técnica es de Ruiseño-, que figura en la Sacristía de la Iglesia de San Matías, así como la pintura que decora la puertecilla del Sagrario del altar mayor de dicho templo.
Dominicano en su nombre y en lo más valioso de su obra, murió “Chavarito” el año 1751 en Granada, ciudad que le ha dedicado una de sus calles. Conservó hasta el final ese afectivo nombre de juventud, y con él ha pasado a la Historia del Arte (26).
Sigamos nosotros con la nuestra, ya a fines del siglo XVIII.
El año 1782 es importante para las noticias religiosas sobre Huéscar, ya que en él los Curas Propios de la Ciudad responden al ya aludido Cuestionario del Cardenal Lorenzana, Arzobispo de Toledo.
Del Responsorio se desprende que siguen funcionando los tres Conventos de Santo Domingo, San Francisco y “La Encarnación”, de monjas dominicas (27).
Hasta ahora conocíamos a esta Casa como Convento “Madre de Dios”. Precisamente en época de los III Duques de Alba existían Convento y Monasterio de esta advocación, frecuente en España, en Alba de Tormes y Piedrahita (28), de donde pudiera deducirse una devoción de los Álvarez de Toledo a este misterio mariano.
Es, por otra parte, sobradamente conocida la devoción que Isabel la Católica profesaba a Ntra. Sra. en su misterio de la Encarnación, bajo cuyo título puso los más importantes templos del Reino de Granada, en el que es advocación muy generalizada. La misma Colegiata de Huéscar es “de la Encarnación”. En este 1782 da la impresión de que el Convento de monjas oscense es de “Madre de Dios de la Encarnación”, en el que el título inicial se ha concretado, para ser luego sobreentendido. Evidentemente, es lo mismo decir “La Encarnación” o “El Pilar”, que “Virgen -o Ntra. Sra.- de la Encarnación o del Pilar”.
A su vez, en 1634 encontramos una alusión al “Convento de San Antonio de la Madre de Dios”, lo cual complica aún más las cosas. ¿Se trataría de un Copatronato posteriormente sobrevenido, como consecuencia de algún voto, de los que eran tan típicos en el siglo XVII, en tiempos de calamidades? (29).
Un nuevo elemento a tener en cuenta es el hecho de que en los reinos de la Corona de Aragón, o más bien en los países de habla catalana y valenciana, tan relacionados con Huéscar, suele emplearse la forma “Mare de Deu” -Madre de Dios- en vez de “Verge” -Virgen-. Así, la Virgen de los Desamparados es la “Mare de Deu dels Desamparats”: como si los levantinos estimasen en María más su divina Maternidad, que el hecho de su Virginidad, más cercano a la piedad castellana y andaluza.
Desde un punto de vista levantino, “Madre de Dios” era simplemente “Virgen”, lo cual pedía una advocación específica, como pudiera ser “Madre de Dios de la Encarnación”, que en verdad se usó en Huéscar junto al simple de “Madre de Dios”.
Por lo que toca a ese “San Antonio”, resulta extraño, ya que el famoso de Padua, por ser franciscano, no podía esperar un detalle de este tipo por sus rivales -tomistas contra escotistas- dominicos. Tampoco podía ser San Antonio Abad -el popular “San Antón”-, que nada tiene que ver con los Predicadores, y tuvo en Huéscar capilla, imagen y Hermandad; cada día más animada ésta por cierto.
¿Sería un error ese “San Antonio de la Madre de Dios” de 1634?. La verdad es que en ninguna otra ocasión hemos vuelto a ver semejante nombre para el Convento de las monjas oscenses.
Con unas u otras advocaciones -y aquí acabamos la disgresión sobre el nombre del Convento-, la próspera y universal piedad de la levítica Huéscar en 1782 resalta a partir de las siguientes cifras del censo eclesiástico de la ciudad:
El Clero Secular se compone de 26 miembros, de los cuales 15 corresponden a la Colegiata, y 11 a la parroquia de Santiago.
Por lo que toca a los Regulares, en Santo Domingo hay 9 frailes, de los cuales 5 son profesores y donados: es una comunidad discreta, junto a la apabullante multitud que forman los 40 franciscanos, entre sacerdotes, legos y donados, que pueden hasta permitirse impartir desde su Convento un Curso de Filosofía. Es un curiosos antecedente de vida universitaria en Huéscar, desechada la leyenda de haber sido esta ciudad la sede del Estudio de Sertorio, como largamente se ha venido escribiendo sin el menor fundamento, en perjuicio de Huéscar: siempre la misma confusión malévola.
Según los datos antedichos, entre curas y frailes sumaban 75, a los que se sumaban aún las 12 dominicas: es decir, ¡87 personas! (30). Todos viviendo, naturalmente, de las limosnas, herencias, mandas, censos, capellanías, memorias, patronatos, diezmos, primicias, etc., etc., de no mucho más de mil familias.
Para todos había, a pesar de la catastrófica marcha económica del país, sobre todo a partir de las últimas guerras con Inglaterra. No tardó en cambiar el signo.
Siete años después del Responsorio al Cardenal Lorenzana, y concretamente el 28 de abril de 1789, el Prior y Comunidad de Dominicos se dirigen al Ayuntamiento de Huéscar exponiendo a éste la cesión que su Convento -como sabemos- hizo en el siglo XVI a la ciudad de un amplio espacio de su huerta, que se describe, para las Santas Mártires, frente a la Ermita de la Victoria. Por dicha exposición, hecha en carta recogida en el acta del Cabildo municipal del 8 de mayo, conocemos que la dicha capilla de las Santas había sido destruida «por orden superior», estando en aquellos momentos sin tapia y convertida en estercolero. La demolición se ordenó, sin duda, por causa de su ruina y abandono, con objeto de que no sirviera de refugio a vagabundos y maleantes -argumento muy de la época-.
Los frailes dominicos, a la vista de la situación, y desaparecido el objeto de su cesión, pretenden recuperar estos terrenos para tapiarlos junto a los demás de su huerta.
El Ayuntamiento, en esa sesión del 8 de mayo de 1789, no responde ni se aclara: acuerda «que se estudie»...”. Otro procedimiento para alargar el asunto hubiera sido nombrar una Comisión, pero éste no había sido aún descubierto (31).
No debían andar muy bien en Santo Domingo por entonces, pues en 3 de diciembre de 1798, y nuevamente por un acto del Ayuntamiento, nos enteramos de que se admiten pupilos en el Convento, más quizás como ayuda económica que como internado para apostolado, que de todos modos no dejaría de hacerse (32). En aquel momento la bancarrota española era total, ocasionada por la catastrófica campaña contra la Francia revolucionaria, con que se quiso inútilmente castigar la blasfemia de llevar a Luis XVI a la guillotina.

8) GUERRAS, REVOLUCIONES Y DESAMORTIZACIONES.

Menos de diez años después de esa noticia de los pupilos de Santo Domingo de Huéscar, y tras convulsiones internacionales de las que sería ocioso hablar, estalla la Guerra de la Independencia.
La batalla de Bailén, en julio de aquel 1808, al detener a los franceses a la entrada de Andalucía, y hacerles retroceder apresuradamente a la zona del Ebro, ahorra por un tiempo a esta tierra del Sur la rapiña y destrucción de conventos que solía acompañar la ocupación francesa; pero no las calamidades económicas propias de toda guerra.
En junio de 1809 -como en las últimas contiendas-, ya andan los Obispos, por orden superior, inventariando las alhajas y la plata de las iglesias, haciendo detallar el peso, en libras y onzas (33).
No hay que esperar mucho para ver quién es el destinatario de la colecta: de 1810 es una noticia comarcana, que detalla la entrega de alhajas de plata de las iglesias -naturalmente bajo recibo- al Intendente del Ejército del Centro, don Joaquín Villarroya. Era este Ejército el que, con base en la Mancha, estaba encargado de impedir el paso de los imperiales más abajo de Aranjuez, o incluso de intentar recuperar Madrid. Los franceses los habían destrozado en Ocaña el 19 de noviembre de 1809, rebasándolo luego en Despeñaperros, antes de invadir triunfalmente Andalucía. Sus restos, bajo las órdenes del general don Joaquín Blake, se habían reunido en Diezma, camino de Murcia, donde se colocó desde entonces un importante núcleo de resistencia militar española. La comarca de Huéscar estaba a principios de ese 1810 bajo su protección, pagada entre otras cosas con esa plata de las iglesias: don Joaquín Villarroya se llevó candelabros, lámparas, y hasta los varales de los palios (34).
Gracias a la feliz ocurrencia de un Sacristán de la Colegiata, llamado Antonio Navarro, que en 1882 resumió e unos “Apuntes” los datos esenciales de un Libro de Acuerdos del Convento de San Francisco -desgraciadamente perdido-, hemos conocido las vicisitudes de los descalzos, que fueron maltratados por los soldados napoleónicos cuando, en 1810, llegaron desde Baza. Expulsados los frailes de sus conventos, fueron objeto de saqueo sus iglesias y bienes no previamente escondidos, en las numerosas ocasiones en que estas grandes Casas eran cuarteles, y sus capillas cuadras. En esto, naturalmente, no pudieron los dominicos ser más afortunados que los franciscanos.
La retirada francesa del Sur de España, que debía ser para todos ocasión de respiro y alivio, constituyó paradójicamente para Huéscar y su comarca la peor pesadilla:
Tras la batalla de los Arapiles, desarrollada en tierras salmantinas el 22 de julio de 1812, se desmoronó el frente francés que defendía Madrid, y respaldaba los ejércitos franceses de Extremadura, Andalucía y Reino de Granada. Para mayor complicación, el Mariscal Soult, Duque de Dalmacia, se había empecinado desde 1810 en tomar Cádiz, ante cuya plaza -imposible de tomar por falta de flota, estando por allí buena parte de la inglesa- tenía inmovilizado un enorme parque artillero. Se dice incluso que había pensado coronarse Rey de Andalucía, con abandono del Norte de España.
Mal informado, o manteniendo su permanente choque con el Rey José, Soult desobedeció sus apremiantes órdenes de evacuar el Sur y reunírsele en Valencia, ante la ofensiva hispano-británico-portuguesa que, desde los Arapiles, avanzaba sobre Madrid.
Al final, consciente de que podía quedar completamente bloqueado, concibió el mariscal su gran retirada, que fue en verdad una obra maestra de estrategia militar. Levantado el bloque de Cádiz, se retiró a Sevilla, desde donde, con las tropas de allá, salió hacia Antequera. Allí se le unió la fuerza que ocupaba Málaga, hasta llegar a Granada. De cada sitio salían por una puerta los imperiales, para entrar por la otra los españoles, que le iban pisando los talones... a prudente distancia. El ejército francés era cada día, por írsele sumando los diferentes cuerpos destacados, más fuerte, y llevaba consigo una enorme cantidad de cañones y caballería. Un inmenso tren de carruajes, cargado de obras de arte y de riquezas de todo tipo, llevaba además vituallas y víveres para aquellas decenas de miles de soldados, acompañados en muchos casos de familiares de la oficialidad, y por otros muchos miles más de españoles “colaboracionistas” -los afrancesados que componían la Administración pro-francesa., a los que no cabía esperar perdón.
El paso de este gigantesco contingente duraba varios días, y extendía su influencia a más de 50 Kms. a uno y otro lado de la ruta, a donde llegaban las patrullas de Caballería en demanda de víveres y dinero, bajo la coacción de represalias horrorosas.
Refugiado con los suyos en Granada, el Duque de Dalmacia parecía hallarse en una lejana e infranqueable ratonera. Sin embargo, en un esfuerzo ya preparado de antemano, sus ingenieros improvisaron un camino de ruedas que, evitando los pasos serranos de La Peza, le llevaran a Guadix por las alturas del Puerto de la Mora y los Dientes de la Vieja: carretera tan buena, que sigue siendo la usada aún por nuestros automóviles.
El plan Soult fue concentrar todos sus ejércitos en Huéscar, en el fácil camino de Valencia, a donde iba a reunirse con José y el mariscal Suchet. Huéscar, además, iba a ser el punto de encuentro con el cuerpo expedicionario francés de Extremadura, mandado por el mariscal Douet, conde de Erlon, quien por Córdoba y Jaén, Pozo Alcón y Castril, salvaría el resto del Ejército.
El mes de septiembre de 1812 será para la comarca de Huéscar como una plaga. Aquella inmensa multitud de hombres, bestias y bagajes ocupaba todos los pueblos y edificios, en medio del terror de los paisanos aterrorizados. Aquello era un inmenso campamento en marcha, que comenzó el 6 de septiembre, y finalizó el 27: fueron 21 días de pesadilla. Cuando pasó, nada quedaba en dinero, víveres y objetos artísticos, que de ellos sabían mucho los generales de Napoleón.
En honor a la verdad hay que decir que, en ese momento final, los soldados no cometieron en la comarca ninguna de las brutalidades a que estaban acostumbrados cuando el frente -muy menudo frente a los españoles de Murcia- traía por acá tropas o destacamentos móviles. Realmente, no querían los franceses exagerar en su retirada aún mas a la población, ya de sobra castigada durante dos años y medio de ocupación más o menos efectiva. Tenemos incluso la noticia, casi enternecedora, del jornal de 64 reales que la parroquia de Orce hubo de pagar a los soldados franceses que montaron guardia ante la Iglesia para impedir su robo: allí no había nada que llevarse (35).
El día 27 de septiembre de 1812, cuando los últimos franceses salían de Huéscar y remontaban la Esperilla del Camino Real hacia Caravaca, entre el sonido de campanas y la alegría general del vecindario liberado, no quedaba en estos pueblos más que si hubieran pasado juntos Atila, la peste y la langosta.
Vienen luego, bajo Fernando VII, años de escasez, y de penosa pero entusiasta reconstrucción, en los que se suceden, como lamentos, las continuas peticiones de exenciones tributarias atrasadas a un Gobierno arruinado; pues se quiso cobrar a la gente hasta los impuestos no cobrados por causa de la ocupación francesa, como si en esos durísimos años no hubiera estado sujeto el país al peor régimen tributario de guerra por parte del enemigo.
Poco, por tanto, hubo de influir en el Convento oscense de Santo Domingo el Decreto que, en el entusiasmo laico del trienio constitucional de Riego, disponía en 1 de octubre de 1820 la supresión de todas las Órdenes y Comunidades religiosas, cuyos bienes habían de ser aplicados al Crédito Público. Lo más probable es que entonces no hubiera allí todavía ni frailes, tras la desbandada de la guerra y sus resultas.
Tampoco parece tuvo repercusión la Real Orden del siguiente junio de 1821, que ordenaba enajenar los llamados “Bienes Nacionales”, bajo cuyo eufemismo se indicaban los procedentes de las suprimidas Órdenes Religiosas. Naturalmente, la piadosa población española tenía sus dudas morales acerca de estas fáciles compras, para las que el Gobierno discurrió dar facilidades hasta diez plazos. Como, incluso así, pudiera darse el caso de que la gente anduviera remisa a estas adquisiciones, la Real Orden disponía que, en caso de que nadie solicitara las tierras de la Iglesia, serían éstas adjudicadas a sus cultivadores, a cambio del ridículo canon del 1% anual: un auténtico regalo. Si ni siquiera esto surtía efecto, se preveía la posibilidad de rifar las fincas (36).
Por lo que se refiere a bienes muebles, desiertos debían quedar los conventos, sobre todo los de esta zona, tantas veces repasada por franceses y españoles.
Desde luego, no hubo problema por entonces, ya que de ello se encargó a poco Fernando VII, tras su liberación de manos de los liberales en octubre de 1823. Su real resolución fue que debían darse por no transcurridos aquellos «tres mal llamados años», volviéndose las cosas a su estado anterior a la Revolución de Riego, en medio de una violenta represión antiliberal, que fue entusiásticamente coreada por el pueblo llano, aún profundamente tradicional.
El resto del reinado del “Deseado”, hasta su muerte en 1833, fue de franco regreso a la más devota piedad popular y tradicional. Los conventos e iglesias volvieron a recuperar el esplendor de su culto, y a reponer ornamentos, utensilios, mobiliario... si bien con menos riqueza que cuando España tenía a su disposición todo el oro y planta de las Indias. El paso de los franceses había sido memorable, en verdad.
Pero el tiempo pasó, y murió al fin el Rey, con regreso fulminante de la a duras penas reprimida alternativa liberal, rabiosamente anticlerical. Fue entonces cuando llegó la Desamortización de verdad.
Un Real Decreto de la Reina Gobernadora, de 25 de julio de 1835, ordenaba la desamortización de todos los conventos masculinos con menos de doce religiosos profesos, situación que afectaba a unos novecientos en España. En el artículo 7º se aclaraba que S.M. -como antes hizo Napoleón- se reservaba los ornamentos y los siempre apetecibles vasos sagrados, aunque en este caso para impedir su profanación y entregarlos a la Jerarquía ordinaria.
En Huéscar la noticia cayó como una bomba mortal sobre los dos conventos de frailes mendicantes, afectados de lleno por la norma supresora. Santo Domingo, en efecto, tenía entonces tan sólo cuatro habitantes -dos sacerdotes y dos legos-, frente a los nueve que albergaba, como vimos, en 1782. El desastre de los franciscanos había sido peor en estos años, ya que su Comunidad había bajado de cuarenta religiosos a sólo siete -cinco religiosos y dos legos- (37).
Así pues, salieron los frailes de sus conventos, siendo éstos y sus iglesias -excepto las que fueron entregadas a las diócesis como “ayuda de parroquia”- nuevamente convertidos en “Bienes Nacionales”, disponibles en beneficios del Tesoro Público. Bien necesitado andaba éste, por cierto, en plena guerra carlista, estallada nada más expirar Fernando VII, con gran violencia y expansión.
Los altares de ambas iglesias conventuales de Huéscar fueron depositados e incluso instalados en la Colegiata, el Convento de Dominicas y la Capilla de Ntra. Sra. del Rosario (38), inmediata a Santo Domingo, quizás convertida provisionalmente en almacén para estos objetos por indicación del Vicario.
Por cierto que no sabemos cuando fue erigida esta capilla de Ntra. Sra. del Rosario, adherida pared con pared, y fachada junto a fachada, el Este de la iglesia dominica. Bien pudiera este pobre y popular edificio haber sido levantado entre los siglos XVII y XVIII por la piedad de Huéscar, o de los devotos de esta imagen. Quizás fuera más bien iniciativa de alguna Hermandad dedicada, bajo la dirección de los frailes, a esta advocación tan venerada.
El hecho es que la Capilla de Ntra. Sra. del Rosario pasó entonces a la jurisdicción ordinaria, hasta que un Párroco de hace pocos años la vendió a un particular, en momentos en que la Iglesia se desprendió de algunas de sus desmanteladas propiedades de este tipo en Huéscar, en estado irreversible de abandono, tras su destrozo y saqueo en 1936.
Hecha pues la exclaustración en los dos conventos masculinos de Huéscar, tanto ambos edificios como sus objetos valiosos -fundamentalmente de oro y plata- quedaron, por orden del Presidente de la Junta de Enajenación de Edificios y Efectos de los Conventos Suprimidos, a cargo del Administrador Local de Rentas Nacionales, quien paradójicamente se llamada don Joaquín Ruiz Dios-Ayuda: buen apellido para el organizador del expolio de los bienes de culto.
Un nuevo Real Decreto, de 8 de marzo de 1836 -antes de que pasara el año de las anteriores medidas-, lleva hasta sus últimas consecuencias el de 1835, que había sido parcial en sus propósitos desamortizadores. Ahora se extiende la medida a todos los conventos de España, incluidos los de religiosas, con escasas excepciones. Esta vez son afectadas 1.937 Casas, con 20.149 religiosos (39).
En Huéscar no había ya nada que hacer, hablando de frailes. Las Dominicas, no obstante, se libraron, seguramente por ser todavía una Comunidad bastante numerosa.
El desmontaje del Régimen tradicional de Fernando VII se hacía a marchas forzadas, y la democracia parlamentaria y constitucional se abría paso a golpe de sucesivas Constituciones -abortadas, promulgadas, o sofocadas a poco de nacer-, en un trabajo constituyente que tuvo también su parte correspondiente en los diferentes pueblos de España.
Y así, el 12 de julio de este 1836, siguiendo quizás el ejemplo de las Cortes de Cádiz, reunidas en 1812 en la Iglesia de San Felipe Neri, la Corporación Municipal de Huéscar acuerda en Cabildo constituirse al día siguiente en el desierto local de Santo Domingo. Se aduce para este paso, que hubo de escandalizar a muchos vecinos, el argumento del tamaño de este local, así como el estado de ruina de las Casas Consistoriales, e incluso de la Cárcel. No obstante, se pasa aviso al Gobierno Civil de estas circunstancias, por si acaso.
De acuerdo con lo previsto el día anterior, el 13 de julio se celebraba en Santo Domingo la solemne elección de Diputados a Cortes por esta comarca: Cortes Constituyentes, naturalmente. No podía pedirse un uso más democrático y hasta revolucionario de lo que hasta poco tiempo antes había sido en Huéscar la sede del pensamiento escolástico medieval (40).
Y sigue la operación de liquidar todo lo que huela a convento:
En 30 de agosto y 13 de septiembre de este mismo y constitucional 1836, sendos Decretos ordenan se vendan con celeridad las alhajas procedentes de los Conventos desamortizados, con el fin de cubrir los gastos de la ya larga y sangrienta guerra carlista, que aún había de durar hasta 1840 (41).
Por curioso que parezca, aún había alhajas en poder del Administrador de Rentas Sr. Ruiz Dios-Ayuda, que estaba deseando quitarse de encima esta responsabilidad, ante la confusión y desórdenes que se prodigaban por todas partes.
No estaba, desde luego, el paso de 1836 a 1837 como para trasiego de joyas. Por todos sitios cunden noticias de alzamientos, alborotos e incluso amenazas de columnas carlistas. Se decreta la movilización de los mozos y viudos sin hijos, que deben ir a Granada; lo cual aumentó los temores. Más tarde se le une la Milicia Nacional, ante las partidas que se mueven por la Sierra de Segura.
El 23 de febrero de 1837, ante la inestabilidad política y social de la zona, se destacan tropas en diferentes localidades estratégicas, aptas como base de operaciones. A Huéscar llega el Tercer Batallón del Regimiento de Infantería de Málaga, 20 de línea. Es alojado precisamente en el Convento de Santo Domingo, donde ha de permanecer mientras subsista la situación alarmante. La presencia de la tropa da lugar a reyertas con los vecinos, con la muerte de uno, y otro gravísimo. Se ordena que al toque de oración, cierren los puestos de bebidas y sean detenidos los grupos de más de dos personas.
En el Cabildo Municipal de 4 de marzo de 1837, y, a propósito de la estancia de estos soldados, que ya amenaza el orden público y se va alargando más de lo esperado, el Ayuntamiento se inhibe de los daños que con tal motivo puedan ocasionarse al edificio del ex-convento y sus bienes, cuyos riesgos ha expuesto a la Corporación el citado Administrador de Rentas Nacionales. El acuerdo de los Regidores es que, si quiere, que eche él a los soldados de Santo Domingo, tratándolo con su capitán (42).
A partir del 29 de julio de ese año, más sosegado el país, y ya consumada la exclaustración en masa de los frailes españoles, comienza a fondo el despojo y la depredación activa de lo que fueron sus bienes, especialmente las obras de arte (43).
En el ínterim se había creado, a partir de los bienes eclesiásticos, una importante burguesía -e incluso una nobleza- enriquecida y ferviente partidaria de la Corona en manos de Isabel II, como inocente propiciadora de la operación financiera de sus ministros. Ante los escrúpulos de comprar esos bienes en el propio pueblo, la gente lo hace en otras localidades donde es menos conocida, apareciendo por doquiera nuevos señores forasteros que ocupan estas fincas.
En los conventos de Huéscar no se dejó ni a los muertos, siendo trasladados los restos de los frailes que yacían en sus iglesias a las criptas de la Colegiata, concretamente a la situada bajo la inacabada torre, habilitada como capilla del baptisterio.
En octubre de 1837 tenemos más noticias. En la sesión del Ayuntamiento de Huéscar, del 21 de dicho mes, se conoce la culminación de las diligencias dedicadas a la recuperación de alhajas de los templos desamortizados. Se hiló fino, tratando de no dejar nada por enviar a las insaciables arcas de la Hacienda, cuyas reclamaciones se venían sucediendo tras las órdenes dadas para el envío, en agosto y septiembre del año anterior. Se aclara en la sesión que el cetro de la Virgen de la Aurora -es decir el báculo de plata del Hermano Mayor de esta popular Cofradía, que también tenía Capilla propia en Huéscar- no puede enviarse a Granada por ser propiedad de dicha Hermandad, y no de su templo.
En virtud de estas circunstancias, y ante la necesidad de estar bien con la Hacienda, se acuerda que, debidamente custodiadas, salgan al día siguiente las alhajas para Granada. Así se lleva a cabo el 22 de octubre de 1837, yendo como responsable del cargamento don Pascual Sánchez-Morales, linajudo notable local (44).
Libres y vacíos los conventos, el Ayuntamiento queda tranquilo por lo que toca a posibles responsabilidades por las joyas que hasta entonces hubo depositadas en ellos. Es a partir de entonces cuando queda abierta la operación de conseguir ambos edificios para el pueblo.
9) EL EX-CONVENTO DE SANTO DOMINGO Y SUS VICISITUDES.

Por supuesto que a nadie habían pasado desapercibidas las posibilidades de estos inmuebles, tan amplios y susceptibles de usos comunitarios.
Solicita en este momento la Corporación de S.M. la Reina Gobernadora le conceda el suprimido convento de Santo Domingo, con objeto de convertirlo en Cárcel Pública del Partido Judicial (45). No deja de ser curiosa esta petición, ya que el ex-convento era capaz de albergar más presos que un penal: todo un síntoma de los tiempos que corrían, y de lo que entonces era la principal premura municipal, y hasta comarcal.
Por otra parte, el estado de la Cárcel de Huéscar era por entonces lamentable, como se ve no mucho después, cuando el Ayuntamiento se hace eco de la “queja de los presos acerca de haber en las habitaciones bastante número de ratones y otros animales asquerosos, lo que podría evitarse en cierto modo tapando los agujeros donde se albergan”, que es lo que acordó (46).
No era, desde luego, esta cárcel un prodigio de seguridad ni humanidad. En el inventario que, por entonces, hace un alcalde saliente, vemos que éste hace entrega a su sucesor de los propios presos, así como de diecinueve llaves, una cadena, un yunque, un cortafrío, un martillo, una esposa y diez pares de grillos: todo un escalofriante arsenal medieval (47).
A la vista de la situación expuesta por el Ayuntamiento de Huéscar, la Reina, por Real Orden de 14 de diciembre de 1838, concede a la ciudad el solicitado convento de Santo Domingo -no su iglesia-, que ha de pasar a convertirse en la prevista Cárcel Pública, quedando eximido de ser vendido a particulares, que era lo previsto por Hacienda. Así lo conoce la Corporación, que lleva el importante tema a su sesión del 28 de enero siguiente, ya de 1839 (48).
Naturalmente, se impone hacer obras de adaptación del gran edificio, obras que la pobreza del Ayuntamiento va a ir retrasando y retrasando. Tanto, que se da lugar a que, dos años más tarde, el 4 de octubre de 1840, se reciba un oficio del Presidente de la Junta de Enajenación de los Conventos Suprimidos, en el sentido de que se haga pública, mediante la fijación pública del edicto correspondiente, la subasta de los dos no vendidos aún en Huéscar: es decir, Santo Domingo y San Francisco (49).
Ambos, por entonces, y según recoge Madoz hacia 1844, han sido ocupados y están habitados por familias pobres, mientras las respectivas iglesias se encuentran cerradas (50).
Ante el anuncio de la subasta, los Capitulares ponen el grito en el cielo, ya que Santo Domingo fue concedido a la Ciudad por la conocida Real Orden de 14 de diciembre de 1838, con vistas a instalar esa Cárcel del Partido, tan necesaria entonces, y aún en ese momento, por falta de cualquier otro lugar adecuado a esta función. Todavía, en verano de 1844, tenemos referencias del pésimo estado de la Prisión Municipal, ya que de entonces son los datos que dábamos acerca de su insalubridad e infames condiciones (51).
Nada se hizo, desde luego, en lo tocante a la subasta de los Conventos intentada por Hacienda en 1840. Siguieron sin uso público, y en creciente estado de deterioro por tal abandono, y aún por causa de los habitantes modestísimos que lo habían invadido mientras tanto.
Él 8 de mayo de 1845 el Ministro de la Gobernación, preocupado por este tema que se eterniza sin solución, pregunta al Ayuntamiento acerca de qué edificios pueden destinarse en Huéscar para usos de Instrucción Pública, o deben conservarse por su cualidad de monumentos históricos o artísticos (52).
Es llamativa e interesante esa temprana preocupación del Gobierno por los monumentos histórico-artísticos, ya en 1845: precisamente cuando se está consumando a nivel nacional una hecatombe masiva del patrimonio español de carácter religioso, que constituye la mayoría de nuestro país, a causa de las características piadosas de nuestros antiguos monarcas, nobles y vasallos.
Como era lógico, el Municipio, que se reúne el 16 de mayo siguiente, no veía nada de particular, ni histórico ni artístico, en ninguno de los conventos de la ciudad. No había entonces sensibilidad para valorar el imponente artesonado mudéjar de Santo Domingo, que tiene categoría a nivel nacional.
Así pues, se contesta al Ministro de Gobernación informándole que el convento de Monjas Dominicas sigue con nutrida comunidad, y su vida monástica habitual; y que el de Santo Domingo se concedió para Cárcel Pública del Partido por Real Orden de 14 de diciembre de 1838. Queda, por tanto, libre para usos de enseñanza el de San Francisco, que supliría con creces la estrechez de las Escuela existentes en la calle Mayor desde hace siglos (53).
Resulta pintoresco comprobar cómo se puso más diligencia en interés en conseguir una gran cárcel, antes que unas amplias y adecuadas escuelas. ¡Tuvo que ser Gobernación quien diera la idea!. Todo al revés, como suele ocurrir en los momentos de confusión y crisis.
Como de costumbre, y a tenor de ese desorden general, tampoco en aquella ocasión se hizo nada práctico en ningún sentido. Al contrario. En Cabildo de 20 de mayo de 1850 -cinco años después-, y ante la ejecución de unas obras en las Casas Consistoriales -económicamente ruinosas-, se sugiere el empleo de materiales procedentes de los Conventos de Santo Domingo y San Francisco (54). En lugar de transformarlos en Cárcel y Escuelas, ambos edificios son contemplados como sendos derribos, de donde pueden salir vigas, puertas, rejas y miles de tejas...
Algo parecido estaba ocurriendo en el resto de España, donde castillos y murallas eran consideradas canteras gratuitas para los vecinos y ayuntamientos.

10).- DE IGLESIA DOMINICA A “TEATRO OSCENSE”.
De momento, la iglesia de Santo Domingo -que no entraba en las apetencias carcelarias municipales, ni tampoco en las de culto de la Archidiócesis toledana- es desglosada del Convento y va a parar a manos de una Sociedad de señores locales, deseosos de instalar y disfrutar de un buen Teatro en la ciudad.
Es la teatral una pasión muy del siglo XIX, en que conoció un auténtico apogeo en toda España, y muy especialmente en la zona de Murcia, tan relacionada con Huéscar. Tal relación, además, se había incrementado con motivo de la adquisición de varias grandes fincas desamortizadas por diversos Títulos murcianos, que figuraban como “hacendados forasteros” en los censos correspondientes.
Es éste un tema -el de los teatros- que merece nuestra atención y cuyo desarrollo vamos a observar en localidades más o menos cercanas.
Así, por ejemplo, entre marzo de 1845 y febrero de 1846, se habían hecho ya las obras del Teatro “Lope de Vega” en Mula (55).
De 1847 parten las Normas que la Administración Pública da en beneficio del Teatro y los Teatros, cuyas categorías clasifica, etc. No es ello otra cosa que el eco que el Gobierno se hace de la auténtica fiebre teatral y literaria que recorre el país. Precisamente en ese 1847 -año inaugural del famosísimo “Liceo” barcelonés- (56) se está ensanchando el Teatro de la vecina Caravaca, a costa -cómo no- de la que hasta poco antes había sido Ermita del Buen Suceso.
En 1850, por impulso del Conde de San Luis y tras cinco meses de obras, se inaugura brillantísimamente el “Teatro Real” de Madrid, cuyas eternas obras, comenzadas en 1818, habían sido interrumpidas en 1837 (57).
Dentro de esta corriente tiene sentido la constitución de la Sociedad Teatral Oscense, cuya adaptación se realiza en 1858 (58). Consistieron fundamentalmente la obras en inscribir literalmente el local de espectáculos en la gran nave principal de la iglesia, cuya amplitud y altura de artesonado permitía la operación sin más problemas.
La cabecera del templo, con sus grandes arcos antaño destinados a dignificar el crucero y capilla mayor, pasó a ser zona de escenario, tramoya y bastidores. En el resto del cuerpo de la nave se montó, en forma de herradura, el patio del público, con sus butacas, palcos y plateas. Un gran cielo de raso de lienzo, colocado bajo los tirantes del artesonado y colgando de ellos, fue bellamente pintado por el artista Limones(59) con temas alegóricos referentes a las Artes, muy al gusto abigarrado del romanticismo.
Las naves laterales, y sus áreas de acceso, recibiendo unos forjados a niveles intermedios, se convirtieron en pasillos de entrada a los palcos, muchos de los cuales mostraban las pequeñas y talladas puertas barrocas de las celdas dominicanas, a cuyo modelo fueron toscamente copiadas las que faltaban. En la parte delantera de la nave lateral, del Oeste, frontera del convento, fueron montados igualmente los camerinos y guardarropía.
Una graciosa capilla lateral -esta vez en el costado de Levante-, con bóveda semiesférica de yesería, que daba a la Calle Mayor, sirvió de excelente entrada lateral y de hueco de escalera para acceso a plantas superiores.
El robusto y amplio alfarje del coro, a los pies del templo, sirvió gracias a su gran altura de colocación, como soporte del “paraíso”; mientras el espacio que existía debajo, con una planta nueva intermedia, se convertía a nivel de la calle en vestíbulo principal; y, en el de entresuelo, en “foyer” o sala de descanso y fumadores, para los ocupantes de los palcos.
Estas obras, si bien alteraron por completo la visibilidad de las naves del templo dominicano, no afectaron para nada a su fábrica, y menos aún a su artesonado, que quedó oculto por completo a las miradas de los espectadores, y tan sólo relativamente contemplable -por la oscuridad allí reinante- desde lo alto de las tramoyas del escenario.
Única víctima de la adaptación fue el costado externo del mencionado alfarje del coro, que, por su gran avance, fue recortado y hubo de perder toda esa línea de zapatas y cabezas de vigas, apeadas en el muro que se levantó como fondo de la sala.
El resultado fue especialmente gracioso, quedando un pequeño teatro muy completo y decimonónico, cuyo uso como tal, como sala de espectáculos o mítines, y como “Cine”, ha durado hasta los años inmediatamente posteriores a la II Guerra Mundial.
Con el “Teatro Oscense”, Huéscar se adelantaba tres años a Lorca, cuyo importante coliseo no fue inaugurado hasta el 31 de marzo de 1861 (60). Seguía la fiebre. En 1867 se reconstruía el “Liceo” de Barcelona, mientras el “Real” de Madrid, sucesivamente, se cerraba, abría, incendiaba y obraba... hasta nuestros días, en que ya no es Teatro, sino gran Auditorium (61).

11).- EL CONVENTO DE SANTO DOMINGO ACABA EN GRANERO, ALMACÉN Y DEPÓSITO.
Mas volvamos al año 1858, inaugural del “Teatro Oscense”. Los Conventos, mientras tanto -y en concreto el del Santo Domingo que nos ocupa- siguen sin destino, y aún continuarán así por un tiempo, hasta fines de 1863.
El 28 de diciembre de tal año, en sesión del Ayuntamiento, se conoce que las oficinas de Derechos del Estado ordenan una vez más vender el Convento cuya transformación en Cárcel no iba a llegar... de momento.
La Corporación de Huéscar protesta y aduce una vez más sus derechos y la famosa Real Orden de la Reina Gobernadora doña María Cristina, de 14 de diciembre de 1838, que hasta entonces había servido para parar los golpes de Hacienda (62).
Tres meses más tarde, el 25 de marzo de 1864, el Ayuntamiento lleva a su orden del día un anuncio que, en el “Boletín Provincial”, anuncia la subasta del que fue Convento de San Francisco de Huéscar, por un tipo ínfimo. Los Sres. Capitulares insisten en que se gestiones de S.M. la concesión a la Ciudad de un Instituto de 2ª Enseñanza -existía éste en Granada desde 1845-, que encontraría un buen local en ese Convento. Resulta penoso -aducen- ver cómo el Estado enajena en ventas que no le benefician edificios que le serían muy útiles. Se acuerda, en consecuencia, pedir al Gobierno se suspenda la subasta, en espera de la decisión real sobre el solicitado Instituto (63).
Por supuesto, San Francisco se vendió. Eran ya muchos años de regateo y de ineficacia de unos y otros, para que Hacienda esperara un día más. Poco dinero era, pero bueno al fin.
Con cien años, pues, de antelación solicitó Huéscar su Instituto, que llegó al fin en nuestros días, cuando el viejo claustro de San Francisco, sede antaño de cursos de Filosofía, era sólo una sombra desfigurada y ruinosa de su pasada grandeza. Hubo, por tanto, que gastar dinero para hacer un nuevo edificio -muy adecuado y luminoso, eso sí- frente al Parque.
Por supuesto que Santo Domingo fue también vendido a particulares. Los frailes y sus libros de teología, tras algunos años de abandono e incuria, vieron al fin sustituida su paz estudiosa por los no menos pacíficos cereales, y esos mil trastos , a más de granero, un enorme almacén de tres plantas, con otros tantos y amplios salones principales -eliminadas las celdas donde las hubo-, alguno de ellos cubierto por robusto e interesante alfarje.

12.- EL “TEATRO OSCENSE” EN LA “BELLE EPOQUE”, Y AL FIN DEL SIGLO XIX.
Mientras sobre el antiguo Convento de Predicadores caía el silencio, la Plaza de Santo Domingo, sin embargo, registraba de vez en cuando el desusado y gran bullicio que ocasionaba, ante la puerta del Teatro que antes fue de Iglesia, un pueblo devoto ahora de comedias, tragedia, zarzuelas...: todo cuanto la Sociedad propietaria, por sí o a través de contratistas, organizaba con motivo de ocasiones festivas.
Consta que actuaron en el “Teatro Oscense” Compañías de primera línea nacional, en actos propiciados por opulenta afición de los hacendados de Huéscar, entre los que siempre hubo personas cultísimas, amén de Diputados a Cortes y Senadores, y Títulos del Reino que destacaban en la sociedad de Madrid, Granada y Murcia.
Era la época en que la comarca de Huéscar daba Presidentes de la Diputación, Gobernadores, Ministros y Embajadores. Y en que hasta el Presidente del Consejo, el casi eterno Sagasta, trataba durante el reinado de don Amadeo de conseguir su acta de Diputado presentándose precisamente por Huéscar, donde le derrotó estrepitosamente el candidato comarcal don Joaquín María Villavicencio.
Existía, además, por entonces -desde 1870- en la Ciudad una joven y liberal sociedad literaria de Estudiantes “Cervantes”, de la que acabó siendo alma don Bruno Portillo y Portillo, que hizo en ella sus primeras batallas literarias, antes de darse a conocer como poeta, dramaturgo y prosista. El mismo Zorrilla le entregó un premio en Barcelona, por su drama “Don Ramón Berenguer”... Fue también dos veces Diputado, y fundador del periódico “El Campesino Andaluz”...
Persona asimismo muy significada, y a nivel más local, fue don Juan María Guerrero de la Plaza, persona culta y curiosa, que lo mismo atendía la Secretaría del Ayuntamiento, que el órgano y Capilla de Santa María la Mayor; y que igual escribía un artículo en la prensa, que una zarzuela -música y letra incluidas-, cuyo rastro creador aún sigue vivo entre sus paisanos.
Sean estos botones de muestra de una ciudad con mucho ambiente literario, fruto del cual fue el Teatro, y gracias al cual éste tuvo larga y próspera vida.
La sociedad de Huéscar, enriquecida en buena medida a costa de las fincas de la Iglesia, y aún más a costa de los montes municipales, estaba formada por una selecta y culta burguesía, de origen hidalgo, muy de acuerdo con la época isabelina y de la Restauración: con sus buenos coches, salones, cortinajes, espejos, consolas, lámparas y estrados...; todo ello en grandes casas, muchas de las cuales no mostraban blasones por ser semipalacios de reciente y generosa construcción. Eran los prósperos tiempos de la Banca de los Portillo, y las fábricas y negocios de los Dueñas, y esa especie de pequeña corte que pululaba, durante sus estancias en Huéscar, en torno a los Marqueses de Corvera y sus hijos, todos ellos Duques, Marqueses y Barones, con títulos gloriosos como Pastrana, Andría, Estremera, Montalto, Huete, Bellpuig...
Mientras tanto, al otro lado del casco, y aprovechando las laderas de su escarpe oriental, surgía en paz el que llegó a ser inmenso “Barrio Nuevo” -popularmente “Las Cuevas”-, excavado por centenares de familias de origen levantino. Eran los que, ante la sequía que entonces azotaba el reino de Valencia, y a la vista de los muchísimos puestos de trabajo campesino que creaba en la altiplanicie granadina la roturación de los predios desamortizados, acudían como a una nueva California. Otros preferían embarcarse hacia Argelia, recién conquistada e incorporada por la Francia de Luis Felipe, dando lugar al fenómeno “pied noir”.
Cuando cayó Isabel II en septiembre de 1868, y con ella esa sociedad casi “victoriana” que llenó España de Teatros, y también de ferrocarriles, de fábricas y de bancos, la reacción revolucionaria -romanticismo en un siglo romántico- se cebó una vez más en las iglesias y conventos, cuyos solares, como en época de Napoleón, sirvieron para abrir calles o plazas, o aún mejor para crear lo que entonces eran prototipos de progreso: los grandes Mercados de Abastos. Los derribos fueron masivos en el republicano 1873 (64).
A Huéscar no le afectó esta ola porque ya estaba de vuelta. Nadie se acordaba ya de que el “Teatro Oscense” hubiera sido antes otra cosa; ni de que el enorme edificio inmediato, granero “de toda la vida”, hubiera tenido antes dominicos dentro. Seguían las comedia y las zarzuelas...
Tan es así que, hacia los años 1940, se comentaba casi como un misterio que “alguien” había descubierto que, sobre el techo del Teatro, había un artesonado que parecía antiguo.
Por una verdadera casualidad ha caído en mis manos el contrato que la Sociedad del Teatro Oscense hizo firmar a la Empresa que se hizo cargo del “coliseo” -como, pomposamente se le aludía en las cláusulas- en 6 de diciembre de 1899 (65).
Tómese nota de esa fecha, que es importante, por ser ese diciembre el último del siglo XIX. En realidad, el año 1900 es el verdaderamente último de la centuria, comenzando el siglo XX el 1 de enero de 1901. Sin embargo, para la opinión general, el cambio estaba en fechar comenzando ya con las cifras 19.. Nosotros mismos, con idéntico error, estamos dispuestos a iniciar el siglo XXI en la noche en que comience el 1 de enero del mítico año 2000.
El siglo XIX, que había traído el vapor, la electricidad, el telégrafo, la Microbiología... había de dar paso a otro forzosamente venturoso, anunciado Por Julio Verne o Emilio Salgari. Aún no se pensaba en las dos Guerras Mundiales.
Ese clima estaba flotando sobre toda Europa, sobre España, y naturalmente en Huéscar. El plan era celebrar el acontecimiento por todo lo alto, con toda la grandilocuente retórica decimonónica. La gran fiesta había de tener lugar en el Teatro, único local acogedor, por otra parte, en los rigores del invierno oscense, donde los 15 grados bajo cero nunca son novedad.
No es ahora momento -ni merece la pena- desglosar ese contrato: resulta tan sólo curioso comentar algunos detalles que son informativos, o que el transcurso del tiempo han convertido en enternecedoramente pintorescos. Veamos algunas cláusulas:
«1ª.- El arrendamiento es por un año que empezará a contar el día primero del que rige (diciembre) y terminará el 30 de noviembre del año venidero de mil novecientos.-»
«2ª.- El arriendo es sólo para representar en el teatro obras dramáticas o líricas, de prestidigitación, conciertos o de bailes que se ejecuten como parte integrante de las funciones reseñadas, exceptuándose todas las demás, sean de la clase que quiera.-»
«3ª.- En el arriendo se comprende el salón de espectáculos con las habitaciones o vestuarios que hay en el escenario y el que se halla fuera de éste y tiene salida al patio, que es el que ordinariamente se destina a guardarropa... En determinadas épocas, como son feria y pascua, en que pueden esperarse grandes entradas o llenos, tienen derecho también los arrendatarios a que se les entregue el salón de descanso para utilizarlo en el uso que le corresponde; pero cuidando de dejarlo expedito el día siguiente de la última función, a los efectos a que se lo reserva la Junta Directiva.»
«4ª.- ...Los arrendatarios impondrán a los Directores de las Compañías o artistas que actúen en el Coliseo la obligación de dejar en poder del Conserje un depósito de cincuenta pesetas, previo recibo, con las que se atenderá a reparar los desperfectos que se originen, o se causen en el mobiliario y efectos de que se hayan hecho cargo, cuya cantidad tendrán que reponer en el todo o en la parte que inviertan, caso de reparación, para que constantemente y mientras duren los espectáculos figuren siempre en poder del Conserje las cincuenta pesetas a los efectos indicados...»
«6ª.- ...las ventanas y vistas a la calle, patio y campo, ...se reserva la Junta Directiva para arrendarlas, si lo estima conveniente, a otra sociedad o empresa de toros, títeres, etc., aun cuando en los mismos días haya compañías actuando en el Teatro.-»
«8ª.- Los arrendatarios tienen obligación de preparar diez o doce espuertas llenas de tierra, las que colocarán en un lugar conveniente del escenario, para acudir con ellas al punto necesario, si por desgracia se produjese un incendio.-»
«11ª.- Igualmente obligarán a las compañías a no utilizar más tramoyista que el nombrado por la Junta Directiva..., a quien retribuirán con tres pesetas por función, siendo de cuenta de éste el buscar y pagar los seis o siete ayudantes que necesita para la preparación de escena y la subida y bajada del telón de embocadura...-»
«12ª.- Asimismo harán saber a las compañías la obligación que tienen de dar una entrada de butaca, en cada función, al Secretario de la Junta Directiva, para que éste pueda cumplir el precepto que tiene de intervenir la obras que se ponen en escena.-»
«13.- La Junta Directiva se reserva el derecho de poder arrendar, tanto el Teatro en general como los salones de espectáculos o de descanso en particular, para reuniones políticas u otros usos... en horas compatibles con aquellas... .-»
«14ª.- La cantidad que, por alquiler del Teatro en el año expresado abonarán los arrendatarios, es la de doscientas pesetas pagaderas en dos plazos; uno en el acto de firmar la aceptación del presente contrato y otro para primero de junio del año venidero de mil novecientos.-»
Esto es lo más llamativo , para que podamos hacernos una idea del ambiente, los espectáculos, las normas de seguridad, y, sobre todo, el nivel de precios y jornales de la época.
Firma el ejemplar, por la Sociedad, don Luis Chalud y Sola, cuyos apellidos, hoy conocidos en la vida pública granadina, muestran el impacto en la capital de otras tantas antiguas familias oscenses.
Por lo demás, la gran fiesta de Fin de Siglo -o de Comienzo- se celebró con la mayor brillantez, y dio que hablar durante aquel año y los siguientes.
La verdad es que el siglo XX había llegado cronológicamente; pero seguía el ambiente decimonónico, al igual que en toda Europa, hasta la brutal conmoción de la I Guerra Mundial -“La Guerra Europea”-. Los locos años 20 fueron sólo una desenfadada y hasta insensata perplejidad, incapaz de replantear las estructuras ya inútiles del “Antiguo Régimen”.


13).- LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA, Y LA POSTGUERRA EN LOS ANTIGUOS EDIFICIOS DOMINICANOS.
Desde el 18 de julio, y sobre todo a partir de agosto de 1936, la repercusión que tuvieron en Huéscar y su comarca los sucesos políticos y bélicos de la Guerra Civil fue espantosa. No vamos a entrar en ello, por estar aún demasiado próximos.
Bástenos saber que, al fin, y con este motivo lamentable, vino el ex-Convento de Santo Domingo a ser cárcel, como tantas veces sin éxito se intentó en el siglo XIX. Y también sirvió una vez más de cuartel.
Luego, consolidada la paz, volvieron con ella el trigo y el silencio al recuperado granero y almacén de don José Portillo y sus herederos.
El patio exterior -claustro desistido- sirvió de nuevo, para muy distanciadas corridas, de improvisada plaza de toros; hasta que se hizo una nueva en el antiguo recinto de la fortaleza, en la Alhóndiga.
La Iglesia -el Teatro-, mientras tanto, fue demostrando progresivamente su insuficiencia y desfase para prestar este servicio de esparcimiento a una población creciente, que pasaría del teatro de minorías al “cine” de masas, y de juventud.
Entre los años 1940 y 1960 se registra el mayor crecimiento demográfico de los pueblos españoles, que alcanzan en ese último Censo su cota más alta, antes de la crisis económica, la apertura de fronteras europeas, y la emigración a las grandes urbes industriales y turísticas o al extranjero.
En ese largo tiempo, el “Teatro Oscense” cumplió cada vez más penosamente su deber, proyectando, a través de las oportunas mirillas practicadas desde antes de la guerra en el muro de fondo del palco presidencial, los peculiares celuloides del momento.
Sin embargo, ni sus butacas ni “el gallinero” podían dar cabida ni seguridad a un público ya multitudinario. Todo se volvían Salones de Cine, para llegar a la locura de los veranos, en que cada noche competían entre sí hasta cuatro o cinco programas: unos desde solares habilitados al aire libre, y otros en antiguas capillas vacías y destrozadas en la contienda civil.
Acabada la II Guerra Mundial, un nuevo, espacioso y moderno salón de Cine -el “Sagra Cinema”- vino a solucionar esta necesidad específica en pleno centro de la población. Fue la condena a muerte del veterano “Teatro Oscense, por cuyo destartalado escenario aún habían pasado algunas compañías o espectáculos de enésimo orden en los “años del hambre”; y sobre cuyas tablas habían hecho lo que pudieron los niños y mayores del pueblo, en funciones benéficas y de aficionados .
La persistencia heroica del “Teatro Oscense” en competir desde su pantalla con la más potente y ambiciosa del “Sagra” determinó a la propiedad de este último salón a hacerse del control de las sesiones del veterano “Coliseo” romántico. Conseguido éste, el Teatro fue cerrado sin más, y para siempre.

14).- LA RUINA DE UN MONUMENTO NACIONAL, Y SUS POSIBILIDADES DE SALVACIÓN.
Con el cierre del “Teatro Oscense” comenzó la ruina de la antigua Iglesia mudéjar que, durante un siglo, lo había soportado pacientemente en su seno profano.
Sus puertas cerradas, cada vez más viejas y desencajadas, acabaron cediendo al impulso pertinaz y destructor de los niños y los golfos, para quienes el mundo oscuro de las tramoyas, palcos y escaleras era toda una apasionante aventura, entre traviesa y viciosa.
Con la entrada de los niños, la destrucción sistemática, hasta niveles inimaginables, no se hizo esperar, afectando incluso a algunos muros de carga. Todos los sucesivos esfuerzos de la propiedad por reponer los cerramientos han sido inútiles ante estos pequeños vándalos.
En el presente año de 1979 sólo quedan en buen estado los muros maestros de la nave central de la Iglesia y del convento, así como el artesonado de aquella, que en vano ha tratado la propiedad de vender en los pasados años: no es fácil ni barato desmontar una estructura tan enorme, y menos si se trata de una complicada armadura de madera con cuatrocientos años sobre sus espaldas. Tampoco se encuentra así como así un espacio a cubrir que coincida con éste.
Incoado ya el expediente de declaración de estos edificios de Santo Domingo como Monumento Nacional -de lo que me cabe la honra-, se imposibilita de momento la erradicación de la ciudad de una de sus más importante joyas artísticas. No obstante, el peligro de ruina sigue ahí.
En medio de la nave, los escombros y cascotes del Teatro y sus instalaciones parecen los de un bombardeo; si bien esta circunstancia hace ya más difícil alcanzar las maderas del artesonado, aplazándose así la posibilidad del amenazante incendio, aún milagrosamente no declarado.
Abierto por todas partes el inmueble, y plagados sus muros de portillos y oquedades, las naves laterales se han derribado con las lluvias del pasado invierno, quedando ya en primera línea de riesgo los muros principales de carga, todavía sólidos.
De ahí la absoluta necesidad de que la oportuna declaración monumental por parte del Gobierno se culmine por la vía urgente, con objeto de que esta obra de arte quede defendida por los medios que arbitra la Ley, y posibilitada de la correspondiente asignación de créditos necesarios para su consolidación y restauración.
La antigua Iglesia y su Convento de Santo Domingo de Huéscar, debidamente incorporados al Patrimonio público, están llamados a ser un amplio local destinado a actividades culturales, de forma que el importantísimo artesonado del siglo XVI cobije lo que debe ser Paraninfo y Salón de Actos de una ciudad en la que, amén de varios grandes Grupos Escolares, ya hay Instituto Nacional de Bachillerato, Escuela de Maestría Industrial y hasta Escuela de Artes y Oficios: todo un abanico de instituciones educativas a nivel provincial.
15).- NOTA FINAL COMPLEMENTARIA SOBRE LOS OTROS CONVENTOS DE HUÉSCAR ALUDIDOS.
El antiguo Convento de San Francisco, cuyo gran atrio ha albergado desde muchos años una calera, es el otro depósito auxiliar de cereales en lo que fue iglesia. Quedan restos, muy graciosos, del pequeño claustro, con restos de pinturas murales, en la modesta zona habitable.
El Monasterio de Madre de Dios, de Monjas Dominicas, si bien vio su iglesia asolada durante la guerra civil, logró subsistir con su Comunidad, transformado en Hospital. Hoy sigue su vida, en las precarias condiciones que el mundo actual y la crisis ideológica han colocado a las Órdenes Contemplativas.
Del antiguo Beaterio de Santa Ana no queda ni la memoria. Se había perdido ya en el siglo XVIII.
El Colegio de Religiosas de la Consolación -ya medio siglo largo de labor- está semirruinoso, mientras su Comunidad vacila entre irse o no a otro lugar, por falta de apoyo económico.
El Asilo -finalmente- de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, cerrada su vieja casona fundacional de la Calle Mayor, ha recibido el refuerzo, generoso bajo todos los puntos de vista, del antiguo y gran alcalde de Huéscar que fue don Manuel Rodríguez Penalva; quien ha trasladado a religiosas y asilados a su espléndida finca de “Los Morales”, a los aires sanos de la Sierra, previsoramente legada a la Diputación Provincial como centro modélico.
Ciérrase con estas noticias el panorama conventual de Huéscar, en el que, por sus cualidades espirituales, no han faltado además otras fugaces fundaciones religiosas que no son de este lugar.

1 comentario:

  1. Hola. Me podría enviar este informe de V. GOnzález Barberán por email. Gracias. (email: panavister@gmail.com)

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